Opinión

15-M

PARECE QUE fue ayer, pero han pasado diez años. Recuerdo aquellos días, cuando se levantaron las primeras tiendas de campaña en Sol, y todo el mundo hablaba con cierta esperanza (yo también) del despertar de una conciencia crítica por parte del ciudadano. De pronto los jóvenes y los no tan jóvenes se reunían en asamblea, y hablaban, y reclamaban su derecho a participar, sin reparar en que nadie se lo había discutido nunca. Mi fe en el invento duró muy poco. Las quechua dieron paso a un poblado de chamizos. Las asambleas se convirtieron en sesiones de reiki y conciertos improvisados a las cuatro de la mañana con guitarra y bongos. En aquellos días, los adolescentes pijos se iban a echar la noche a Sol como los que en el 68 marchaban a buscar la playa bajo los adoquines, y sus padres tenían que hacer la vista gorda cuando los veían llegar a las 7 de la mañana buscando la cama, tras descubrir lo mal que se duerme en el suelo. Los comerciantes de la zona estaban desesperados: el campamento de la Puerta del Sol era ya un lugar insalubre, por donde circulaban las pulgas y los chinches a más velocidad que el calimocho. Entró el mes de junio, el calor hizo sus estragos, y un olorcillo indefinible empezó a notarse en varios metros a la redonda. La gente empezó a cabrearse. Un vecino de mi barrio decía que si a él no le dejaban plantar una tienda de campaña en el Retiro, por qué se consentía el sindiós de Sol.

Para entonces los más sensatos llevaban días sin acercarse por la plaza, convertida en un reducto de plásticos, cartones y mugre. Después de mucho tira y afloja, miedos políticos y complejos varios (pero cómo vamos a desmantelar eso, nos van a crujir) alguien le echó redaños y desmontó el tinglado que había convertido el kilómetro cero en la escena de una distopía. Hicieron falta muchos camiones de basura y mucha agua a presión para dejar el espacio en condiciones. Hoy, que somos todos diez años más viejos, no sabría decirles si valió la pena.

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