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Lo duro que es hacer reír

CATASTROPHE'’ ES una comedia británica, con capítulos de media hora, diálogos rápidos, juegos de palabras, gags y situaciones normales que se convierten en absurdas o estúpidas o ridículas o todo eso junto, y de ahí la gracia. Y es que todo depende de la perspectiva desde la que se esté observando el paisaje. Con el mismo guion se podría haber escrito la tragedia del año. Pero a la pareja protagonista que, al mismo tiempo, es la que firma el guion, le salió algo ingenioso, fresco, digamos alegre. Se juega con el choque cultural y lingüístico (ella irlandesa, él americano) y con la colocación de los personajes en un cruce de caminos permanente: se ven obligados a tomar decisiones que los conducen a otra encrucijada que los empuja a una nueva elección y así hasta el infinito. Es lo mismo que la vida, pero en treinta minutos, y lo que deriva de todos esos estados de potencia y acto aristotélicos es el quid de esta comedia.

El argumento es sencillo: un affaire casual acaba en embarazo y compromiso. Nadie puede decir que no haya visto o leído algo similar o idéntico a lo largo de su existencia. Sin embargo, la cosa sigue teniendo gracia y sigue resultando horrible, según se mire y según se desarrolle.

La opción de los guionistas es clara y contundente. Vamos a reírnos de esto y quizá salga una historia interesante. Y así es. El interés radica en la vitalidad de los diálogos y la capacidad para avanzar en una trama en la que es muy fácil adivinar lo siguiente que va a pasar. Es un recurso conocido pero efectivo, poner a los personajes entre la espada y la pared y que decidan cómo salir del atolladero. Es una obligación del que escribe la historia mantener al espectador en vilo, en expectativa, con un creciente deseo de satisfacer un gag y esperar el siguiente, todo en el mismo instante.

Son, por tanto, treinta minutos en los que no se puede dejar nada al azar, en los que la narración no ha de quedarse estancada, no es posible tomarse un descanso.

Si complicado es sostener el ritmo narrativo, más difícil todavía es que el resultado de cada gag sea una risa o una carcajada o, al menos, una tímida sonrisa. Pero algo. Si nos quedamos como estábamos antes del chiste, nos han perdido como público. Es duro, amigos, hacer reír.

Los grandes cómicos del cine mudo lo sabían hacer muy bien, y contaban con algo que ahora ya no se lleva demasiado (salvo en casos extremos y pasados de vueltas como el de Jim Carrey poniendo caras) porque claro, ya no es necesario. Lo contingente se pierde y a veces es triste y se recuerda con melancolía y otras es una suerte y motivo de júbilo. Cuando la contingencia somos nosotros, lo de desaparecer ya no tiene ninguna gracia, pero esa es otra historia.

Los personajes del cine mudo trabajaban con el gesto. Los gags eran visuales y la gestualidad lo era todo. Con el sonoro el ritmo de las escenas se fue adaptando al diálogo y se consiguieron también historias fascinantes como todas las películas de Lubitsch o Wilder, en las que en las situaciones absurdas siempre ponían la puntilla diálogos increíbles, agudos, inteligentes, desternillantes. Woody Allen, por ejemplo, en sus primeras comedias, es muy de gag de cine mudo, provocando un estado de cosas en las escenas muy propio de aquellos tiempos.

En definitiva, quién no bebe de la tradición. El sediento de obras de calidad ha de hacerlo, irremediablemente. Y esta ‘Catastrophe’ tiene mucho de sabor clásico adaptado al hoy. Merece la pena este ratito de risas, sobre todo, sabiendo que para provocar esa respuesta hay que pensar mucho y escribir bien.

hubo un programa en Antena 3, encuadrado en el subgénero ‘dating show’ y el género ‘reality show’ que un buen día desapareció de pantalla y no comprendo por qué. Sinceramente. Se llamaba ‘Confianza ciega’ y consistía en separar a tres parejas y ponerles delante tentaciones parece ser que irresistibles. Ellos y ellas ahí sufriendo mucho todo el rato con la tentación en la cocina. Ese esfuerzo titánico, esa fidelidad férrea...lo que aprendíamos (en lo que a valores se refiere).

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