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Lo 'buenimalo'

La ciencia avanza en gran medida por pura desesperación

UN ESPECTÁCULO que me fascina, tanto que me sentaría en un sillón de orejas, con batín y vaso de cristal tallado a contemplarlo relamiéndome, es el de las oscilaciones de lo que es bueno y lo que es malo para la salud y la convivencia simultánea de lo bueno y malo, lo 'buenimalo'. El chocolate es 'buenimalo'; el vino es 'buenimalo', el café es 'buenimalo'. Todos tienen esa característica esquizofrénica de causar cáncer y prevenirlo, según el titular que se mire. Pueden pasarnos doscientos por delante y no convencernos ni de una cosa ni de la contraria. Les auguro la eternidad. Siempre habrá un hueco en los medios del futuro para el chocolate y el vino, que toda la vida serán 'buenimalos'. Con esas incertezas de la existencia tenemos que vivir.

A todos esos estudios les falta para ser definitivos la desesperación. La ciencia avanza, sí, por el deseo de mejorar, por curiosidad movilizadora, a veces por interés de una industria y otras por afán de grandeza del investigador, pero muy especialmente por purita desesperación, por la insoportable angustia de ver que pasan las cosas que pasan y no poder evitarlas. La desesperación espolea la imaginación y da a quien la padece un sufrir valiente. Dos de mis ídolos fueron de esa banda de desesperados.


Cuánto tenemos que agradecer a ese punto de inflexión, a ese momento de cabezazos contra la pared


El primero es Semmelweis, el médico húngaro del siglo XIX al que debemos que hoy el personal sanitario se lave las manos. Trabajaba en un hospital materno gratuito, puesto en marcha para reducir la mortalidad infantil asociada a parir en casa y centrado en dos cosas: atender partos y hacer autopsias a las mujeres que fallecían durante ellos. Tenía dos salas, una atendida por médicos y otra, por matronas, con una diferencia dolorosa: la de los médicos tenía una mortalidad muchísimo más elevada. Mientras a Semmelweis se le empezaba a consolidar la desesperación, las parturientas evitaban como podían acabar ser atendida por médicos. Se dice que algunas daban a luz en la calle, en la puerta del hospital, con tal de eludir lo que consideraban una muerte segura.

Absolutamente desesperado, y solo por mera intuición ya que aún no se había descubierto la existencia de las bacterias, Semmelweis se planteó si el problema no podría ser ir a atender un parto tras hacer una autopsia y pidió a los médicos que, entre una y otro, se lavaran concienzudamente con una solución específica. La mortalidad de las dos salas del hospital se igualó tras esta medida, lo que no evitó que Semmelweis acabara siendo despedido por atreverse a insinuar que había sido la falta de higiene de los médicos lo que había propiciado aquellas muertes. El hospital enseguida ignoró sus medidas y la mortalidad volvió a subir. El hombre que había descubierto un acto tan simple y tan efectivo, el que probablemente haya salvado más vidas desde que se implantó como costumbre, murió repudiado por toda la comunidad médica de la época.

Otra desesperada fue Lucy Wills, que tras estudiar Medicina en la primera universidad británica que ofrecía esa carrera a las mujeres se fue a la India en 1928 a observar las muertes por anemia. No hacía mucho que se había producido un avance asombroso en Hematología: haciendo comer mezclas realmente repugnantes a los pacientes, Minot y Murphy descubrieron que la anemia perniciosa se curaba con la administración de B12. Sin embargo, Wills trataba en Bombay anemias por malnutrición que se ensañaban especialmente con las mujeres después del parto y que no se revertían con B12. Empezó probando distintos suplementos en ratas, pero temiendo que precisamente una infección causada por roedores jugara alguna clase de papel en esas anemias, decidió usar monos. A uno de ellos, en muy mal estado y con el que había probado dietas muy diferentes sin éxito, decidió darle Marmite, la pasta de levadura de cerveza que constituye una de las aficiones culinarias más bizarras de los ingleses. En todos los documentos que citan esa decisión se destaca que no está claro por qué probó con Marmite, que «quizás fue por desesperación». La mejoría fue rotunda y sin saber cuál era el nutriente químico clave que causaba ese efecto, le llamó 'factor Wills'. Con el tiempo, averiguó que se trataba de ácido fólico, que juega un papel clave en la división celular, y que hoy toman, junto con la B12, todas las embarazadas cada mañana.

Hay que estar desesperado para vigilar a los colegas mientras se repasan las uñas y las cutículas y para dar de comer la pasta que desayunas al mono que investigas, pero cuánto tenemos que agradecer ese punto de inflexión, ese momento de cabezazos contra la pared y del ánimo de probar opciones peregrinas. Hay cosas que tenemos que tener claras, no podemos conformarnos con consideralas 'buenimalas'.

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