Blog | El portalón

Habas trepadoras

Plantemos propósitos ahora, aunque tarden años en prender

CUÁNTOS CIGARRILLOS dejarán de fumarse desde el día 1, cuántos pasteles de comerse, cuántas zancadas de piernas trémulas con mallas aún tensas, que no conocen lavado, se darán sobre el asfalto frío de este día en el que empieza todo. Cuántos botones de mandos a distancias se presionarán para elegir el inglés con subtítulos, a ver si se pega algo; cuántas tapas de yogures desnatados se despegarán desganadamente de sus envases, cuántas decisiones se tomarán con toda esa clase de rotunda convicción que flaquea en febrero, se niega haber tenido en abril y de la cual se ríe uno a gusto, si hiciera falta, en agosto.

Concebimos los años porque de alguna forma hay que separar el tiempo. Puede que nuestras vidas sean los ríos que van a dar al mar, (que, lamento recordarlo justo hoy, es el morir) , pero los editores de calendarios y agendas moleskines han de ganarse el pan y el relojero de la Puerta del Sol tiene que protagonizar reportajes. No sabemos explotar el discurrir constante, este pasar imparable que es, en realidad, vivir, así que nos hemos inventado estas fracciones que nos ayudan a asimilar la grandeza o la insignificancia de lo que se nos ha venido encima. Cómo abarcarlo si no.


Sobre dejar de fumar, me entero de que la periodista Janet Malcolm empezó a escribir como lo hace después de abandonar tal esclavitud


Trocear el tiempo ha tenido toda clase de consecuencias terribles como hacer balances o fijar propósitos, que es una cosa esperanzada y absurda. Como si no supiéramos que decidir algo es, en realidad, solo una aspiración; apenas una selección de entre todas las opciones posibles a la que solo atendemos nosotros. La vida, las cosas que pasan, la gente (la otra gente), el tiempo, las ganas... todo ocurre sin tenerla en cuenta por lo que, a menudo, es ella la que no ocurre. La voluntad importa mucho, pero no solo la nuestra.

Pese a todo, hay metas sobre las que no viene mal pensar en estos días festivos de calles vacías y bares abarrotados. Yo necesito que las intenciones me hagan poso tiempo y tiempo, como un haba plantada entre algodones en un vasito de agua. Mucho, mucho después, si acaso, ese chipirón de raíces será una planta trepadora. Así de lentos me llegan los objetivos. Con esto quiero decir que hago mis propósitos en enero y luego a ver si se cumplen a lo largo del año, pero plantar hay que plantar.

A los que también andan plantando, les dejo unos apuntes. Sobre correr, que es últimamente la madre de todos los objetivos, leo la historia de Ed Whitlock, un maratonista de 85 años que tiene a la comunidad científica pellizcándose. Es la encarnación del mínimo envejecimiento posible: tiene unos tiempos abrumadores y una masa muscular propia de un veinteañero. Corre con unas zapatillas que tienen quince años, sin medirse las pulsaciones, con ropa comprada hace décadas, sin hacer dieta especial, sin ni siquiera estirar. Corre despreocupadamente como supongo que lleva haciendo toda la vida. Si esa descripción de lo que es la mera alegría de moverse, de moverse todavía, no es suficientemente movilizadora, conviene fijarse en una de sus fotos. Aparece el hombre con su camiseta y sus pantalones cortos, con su pelo blanco como un folio en movimiento, con sus músculos marcados bajo la piel caída entrenando donde lo hace a diario: un cementerio que hay cerca de su casa, uno de esos cementerios con cuestas, con verde, extensísimos, donde hay caminos, donde descansan unos y ejercitan otros. Hay algo de poesía y también algo de carcajada en esa imagen. Mirarlo y desear cortar el aire atravesando calles y parques y adarves de las murallas romanas es todo uno.

Sobre dejar de fumar, me entero de que la periodista Janet Malcolm empezó a escribir como lo hace después de abandonar tal esclavitud. Le cambió la mirada. O la reflexión, o la exposición. Quizás se llevó la urgencia. El caso es que fue entonces cuando logró ese prodigio que consigue su escritura, ordenando el caos, dejándose caer en el relato y también alejándose de él, dándole un ritmo a historias ya contadas muchas veces sobre gente ya desaparecida que me obliga a detenerme. Malcolm es de esas personas a las que, cuando la leo, la insulto. Me ofende su brillo por inalcanzable.

No tengo intención de correr y hace años que dejé de fumar. Pero es cierto que llego tarde a todo siempre y nunca sé cuándo es suficientemente tarde. ¿No será este el año en el que prendan esas raíces, en el que las habas trepen? ¿Será el suyo? ¿Me encontraré dentro de unos meses cortando el aire, cruzando adarves, dejando atrás cementerios? ¿Conseguiré (ojalá) un estilo único, escribir algo viejo como si lo estuviera inventando? Plantar nos da posibilidades.

Feliz año nuevo.

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