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Arte sagrado

Saber que hay artistas que son gentuza es una lección que conviene aprender pronto

MARY KARR está harta de que le pregunten por David Foster Wallace y no me extraña. En los 90 tuvieron una relación intensa y dolorosa, que acabó de pena. Le pegó, le lanzó una mesa, la llamaba sin cesar y escalaba por la fachada de su casa para asomarse a su ventana, acosó a su hijo de 5 años y se planteó muy seriamente comprar una pistola para matar a su marido.

La semana pasada la escritora se quejó públicamente de que el autor de La broma infinita, el libro que escribió para impresionarla, era un maltratador pero se ignoraba convenientemente. En la fantástica biografía que D.T.Max escribió sobre Foster Wallace se dedican solo dos líneas a hablar del tema. D.T. Max es redactor del New Yorker, medio que nunca ha abordado ese maltrato, algo que a Karr molesta especialmente porque, justo este año, otro periodista de la revista recibió un Pulitzer por su cobertura de los casos de abuso sexual de Weinstein.

No puedo prescindir de la obra de todos los artistas malvados

Karr tiene razón porque no es que no se sepa lo que le hizo Foster Wallace, es que tiende a pasarse por alto. También el hecho de que se acostaba con sus alumnas, aprovechándose continuamente de su posición y de su fama.

Imagen para el blog de María Piñeiro (12/05/18)Lo más cruel de todo es que a Karr se la considera como una especie de portavoz del hombre que le hizo la vida imposible hace 30 años: no hay entrevista en la que no se le pregunte sobre él, se le invita a charlas sobre el autor y se le piden colaboraciones sobre el tema. Muchos lectores lo ignoran todo sobre ella: que ya era una poeta reconocida cuando conoció a Foster Wallace, más que él, y que sus memorias siguen generando corrientes de admiración de miles de personas cada vez que se traducen a un nuevo idioma. El año pasado, al español.

Foster Wallace me encanta. No creo que me haya dejado nada de él sin leer y poco sobre él porque muchas de sus reflexiones, que no figuran en sus libros y que fue dejando en entrevistas y discursos me parecen interesantes, redondas, le hablan a mi cabeza. Sé lo que le hizo a Karr. Ella también me gusta, aunque no llevo el mismo tiempo leyéndola y no me llega de la misma forma.

De estar vivo ahora, no tocaría a Foster Wallace ni con un palo, pero me encantaría tener delante a Karr y charlar. Me gusta leer entrevistas con ella en las que no se la trata como mensajera del escritor, que hubiera viajado desde los 90 para explicarnos cómo era un genio y también un enfermo mental que sufría y hacía sufrir lo indecible. Voy a seguir leyéndolos a los dos toda la vida, me parece.

Pienso en ellos esta semana. No solo por la queja de Karr, también por la de decenas de jóvenes que han criticado a un presentador radiofónico y a un cantante por la forma machista y repugnante en la que las trataron. Algunas califican lo que les pasó de acoso, otras niegan que lo fuera. Muchos reclamaron pruebas y denuncias en los juzgados, que ni van a ocurrir ni prosperarían si se presentaran porque no es ilegal ser un machista de libro o un gañán extremo. Eso no quiere decir que no se te pueda criticar por ello. Se hace y, en estos tiempos, se hace así, en las redes sociales, a la vista.

Muchas de las denunciantes admiten que el grupo del cantante en cuestión era su favorito y que percatarse de cómo era él supuso una enorme decepción. Se prometen a sí mismas dejar de escucharlo. Se preguntan si todos los que les gustan son un asco de personas.

Esa es una lección de vida que, creo, cuanto antes llegue, mejor. Hay muchos, pero muchísimos, artistas que son personas deleznables, verdadera gentuza, para huir corriendo. Algunos de ellos cometen delitos, otros no, simplemente viven siendo lo peor. Al mismo tiempo, y sin que haya contradicción alguna, son capaces de crear obras fantásticas, arrebatadoras, que te llegan. Algunas te dejan sin respiración.

Yo no puedo prescindir de la obra de todos los artistas malvados porque sería privarme de mucho. Son demasiados. Pero puedo circunscribir mi admiración a lo que importa de ellos. No tengo claro que el arte sea sagrado, aunque hay algunas muestras que te sacuden de tal forma que quizás sí, pero sé que los artistas no lo son.

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