Opinión

La modernidad líquida

HACE APENAS unos días nos dejó a sus 91 años el sociólogo Zygmunt Bauman, que aunque por su apellido bien pudo haber sido un virtuoso pianista, su verdadero legado para la humanidad consistió en mostrarnos su crítica visión de una sociedad contemporánea desalmada e individualista a la que bautizó «la modernidad líquida». Este sociólogo y filósofo de origen polaco que recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en el 2010, desmenuza dialécticamente y con asombrosa habilidad una sociedad líquida en la que ya nada es sólido «no es sólido ni el Estado- Nación, ni la familia, ni el empleo, ni el compromiso con la comunidad, pues hoy en día nuestros acuerdos son temporales, pasajeros y válidos sólo hasta nuevo aviso». Cada uno de nosotros se ve reflejado con terrorífica naturalidad en cada una de sus observaciones acerca de nuestra realidad política y social. Especialmente al referirse al desconcierto que el ser humano sufre al vivir en un mundo que carece de seguridades a las que poder aferrarse. Con las que poder salvarse. «Es el colapso de la confianza. Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos y el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra son sólo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos». Y gran parte de la culpa de nuestro imperdonable olvido de los sentimientos la tienen las redes sociales, las que define como «útiles y que dan servicios muy placenteros, pero son una trampa». Se le considera un pesimista por su interpretación crítica de la realidad en cada uno de sus libros, en los que trató entre otros temas el holocausto, las clases sociales, el consumismo, la globalización y la nueva pobreza. Pesimista probablemente, pero sin duda un pesimista muy sólido.

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