Opinión

Un rubio altísimo y delgadísimo

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photo_camera Pau Gasol, en Lugo, el 25 de septiembre de 1999. J. VÁZQUEZ

Gracias a internet puedo ponerle fecha: fue el 25 de septiembre de 1999. Aquella tarde, de las primeras en la redacción de este diario, me pidieron que bajara al Pazo dos Deportes porque estaba entrenando el Barcelona, que al día siguiente jugaba contra el Breogán.

La ACB regresaba ese año a Lugo y la visita del Barça bien merecía un reportaje. De camino al Pazo repasé la plantilla del equipo catalán para escoger con quién hablar. Era el Barça de Gurovic, Alston, Elson, Digbeu, Goldwire... pero los agraciados fueron, por cuestiones de idioma, Rodrigo de la Fuente, Nacho Rodríguez y Roberto Dueñas y Juan Carlos Navarro. 

Hice mi trabajo, lo mejor que pude, y regresé a la redacción a plasmarlo en una página. Al rato entró mi compañero Paco Basanta para preguntarme qué tal me había ido. Le conté que bien y me puse a escribir. Pero al rato me acordé de una cosa.

-Oye, Paco, había por allí un chaval rubio altísimo y delgadísimo... ¿quién es?

-Es un júnior. Se llama Pau Gasol y dicen que será una estrella.

-Ni de coña, con ese cuerpo no llega a nada. Hazme caso.

Al día siguiente el Breogán aplastó al Barcelona en un encuentro que Pau Gasol vio desde el banquillo y yo me acosté convencido de que nunca más en la vida iba a oír hablar de aquel rubio altísimo y delgadísimo. Me equivoqué. Gracias a Dios.

Veinte años después veo por internet la rueda de prensa en la que anuncia su despedida. Y en medio, una carrera inolvidable e inimaginable para un jugador de baloncesto nacido en España. Partidos, mates, canastas, medallas, copas, lesiones, camisetas... pero sobre todo elegancia. Y no solo en la pista. 

Hubo y hay jugadores mejores que Pau Gasol, con las vitrinas más rebosantes de trofeos, pero que alguien encuentre uno que haya despertado más cariño y respeto de los aficionados que el catalán... y no solo en España, donde llevó a la selección a lugares que antes de su llegada ni se podían soñar. En todos los lugares por donde ha pasado es respetado como lo que es, un grande del baloncesto y del deporte.

Han sido tantos años que cuesta escoger un póster de su carrera. El mate ante Garnett en sus primeros pasos en la NBA, los anillos con los Lakers, las medallas con la selección, aquella semifinal contra Francia, su amistad con Kobe Bryant, su lucha contra las lesiones, pero yo me quedo con uno que se podría colgar de la pared para siempre. Fue en la final olímpica de Londres 2012. En uno de los mejores partidos de básket que se recuerdan, España estuvo a punto de derrotar a una selección de Estados Unidos de ensueño. Gasol firmó un partido impresionante, emocionante, pero no bastó.

Estados Unidos se impuso y Pau Gasol se sentó en el banquillo, agotado, mientras el resto de jugadores se saludaban en la pista. El primero que lo vio fue el entrenador estadounidense, Mike Krzyzewski, que se acercó a saludarlo y presentarle sus respetos. Tras él, como una procesión de fieles ante la figura de un santo, los integrantes del soberbio equipo americano acudieron en fila para abrazar a un tipo que acababa de perder, pero que había demostrado que era algo más que un deportista... un ídolo, una bandera, un ejemplo. 

No está mal para un rubio altísimo y delgadísimo que no iba a llegar a nada.

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