Opinión

El buscador de alegrías

HACE 20 años tenía 20 años, que cantaba Serrat. Y hace 50 que tenía casi 40, podían cantar los tres breoganistas que el sábado recibieron el reconocimiento del Pazo dos Deportes. José Martínez Luaces, Olga Ulloa y María Josefa Rubiás (ausente ayer) son las personas con más vida en sus mochilas que pueden presumir de tener un carnet de abonado del Breogán. Por edad, podían ser hasta los padres de la criatura. Por sentimiento, se podría decir que lo son.

Uno no elige el día que nace como tampoco escoge la tarde en la que baja por primera vez el Breogán. Sí, en Lugo se dice bajar porque en esta ciudad tienen la manía de hacer los pabellones cuesta abajo, camino del río. Tal vez sea para bautizar allí a los nuevos creyentes. Porque en muchos casos al primer baño de breoganismo se llega de la mano de los padres. Y entonces ya no hay nada que hacer, uno queda enganchado a esto para toda la vida.

Recuerdo que el cuarto partido del play off ante el Ourense lo vi de pie por los pasillos y cada poco me cruzaba con un padre que transportaba en una de esas mochilas de pecho a un bebé de muy pocos meses de vida. El Pazo se venía abajo en cada jugada y la criatura dormía plácidamente, como si no tuviera tanta prisa por ascender. Lógico, con toda la vida por delante.

Me gustaría haberle puesto un chip a aquel bebé para saber si en el futuro será un breoganista. Estoy seguro que sí, que dentro de poco estará correteando por las gradas, que más adelante faltará a algún partido para corretear detrás de una novia, que la convencerá para que se tiña el pelo de celeste, que algún día bajará de la mano con su hijo y que en el centenario del club ayudará a su padre, que aún no habrá olvidado aquel cuarto partido ante el Ourense, a mantener viva su pasión en el Pazo.

No conozco los casos de don José y de doña María Josefa, pero sí el de doña Olga, que se bautizó en el breoganismo hace poco. A ella no la llevaron de niña, porque cuando era niña el baloncesto en Lugo ni había nacido. A doña Olga la llevó su hijo, que un día se dio cuenta de que su madre necesitaba una inyección de alegría. Pensó en cómo devolverle todas las que ella le había proporcionado y se le ocurrió bajarla al Breogán. Y acertó. Doña Olga cuenta los días para que llegue cada partido y disfruta cada segundo que pasa en el Pazo.

Cada uno ve el baloncesto como quiere, o como puede, pero yo en el fondo envidio a doña Olga, por lo bien que se lo pasa y por tener un hijo con tan buen gusto a la hora de buscar alegrías.

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