Opinión

Breogán, pulpo y Prozac

ESTA CIUDAD, como todas, tiene sus señas de identidad. Sabes que lo son cuando te hablan de ellas una vez cruzada la frontera, cuando en una terraza con vistas al mar, alguien que utiliza tiempos compuestos te pregunta por ellas. La número uno en el ránking histórico es el frío, el clásico «un día estuvimos por allí y qué frío hacía, nunca lo he pasado peor en mi vida» a lo que dan ganas de contestar con un «pues haber ido en verano». Este mismo, por ejemplo.

Bajando en la lista aparecen dos emblemas de la ciudad que se han tambaleado últimamente, que han corrido el riesgo de ser borrados del mapa, lo que supondría para Lugo una pérdida irreparable, como si un mediodía levantase la niebla y la muralla siguiese sin aparecer.

El primero es el Breogán. ¿Qué lucense no se ha topado en una conversación con balones de por medio con aquello de «Ah, ¿sois de Lugo? De ahí es el Breogán. Me acuerdo yo de cuando jugaba en la ACB, de Manel Sánchez, de Jimmy Wright... ¿Aún existe?». Pues sí. Aún existe, por los pelos, pero sí. Lleva un montón de años en una competición que no respeta ni quien la organiza y de la que lucha por salir como si estuviese infestada de serpientes.

Este año la angustia para la afición celeste no llegó en los play off. Lo hizo mucho antes, en pleno verano. Mientras el resto de equipos cerraban sus plantillas, en Lugo nadie tenía noticias del Breogán. No había entrenador, ni jugadores, y a los dirigentes no se les encontraba ni con el Pokemon Go. La situación era crítica. Tengo un amigo que cada día bajaba al Pazo dos Deportes para comprobar que seguía allí.

Pero un día, de repente, apareció un presidente flanqueado por dos consejeros y empezaron a caer fichajes con sabor a Prozac para los aficionados celestes. La depresión dio paso a la euforia y el breoganismo abre cada el día el periódico en busca de un jugador al que idolatrar.

Todo marchaba bien hasta que otro de los emblemas de la ciudad empezó a tambalearse. El pulpo de San Froilán. Ay, amigo, de eso sí que ha presumido el lucensismo a lo largo de los años. Es un as en la manga que siempre podemos sacar en una competición de índole gastronómica.

Pues bien, se ha montado un lío tremendo con la subasta de las casetas que aún no se sabe cómo va a terminar. Cuesta imaginar un San Froilán con la explanada del parque vacía. ¿Con qué se podría llenar? ¿Con barracas? Tampoco está la cosa muy boyante. Ojalá el final de esta película sea parecido a de la del Breogán, con un cargamento de Prozac y un montón de caras sonrientes.

Comentarios