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¿Quién es Valerón?

Peor que la derrota contra la UD Las Palmas fue la sensación de hartazgo que se vivió en el santuario del Deportivo el sábado. A la afición le cuesta identificarse con un club al que no reconoce cuando mira a la cara. Es un problema de sentimientos

DURANTE SU presentación como jugador del Deportivo, a Muntari le preguntaron si sentía algo de presión por llevar el dorsal 21 en su camiseta, el mismo que al que no hace mucho dio brillo Juan Carlos Valerón.

—¿Quién?

A Muntari no le sonaba de nada Valerón. Es perdonable, ya que mientras el canario lideraba a un Dépor campeón de Liga y semifinalista de la Champions, el ghanés vivía en otro planeta, en Udine, al noreste de Italia, casi en Eslovenia. Imposible enterarse de lo que pasaba en Europa y mucho menos en España.

Muntari no tiene la culpa de que el Dépor dependa de un milagro para seguir en Primera División. Un milagro de semejante magnitud que casi con total seguridad deberá incluir un triunfo del Celta sobre el Levante en la última jornada de Liga. En A Coruña no se sabe ni a qué santo rezar para que eso suceda.

El futbolista africano no tiene la culpa de que Seedorf lo llamase cuando en su DNI, en la casilla de profesión, pusiese exfutbolista. Tampoco Seedorf tiene la culpa de que Tino Fernández lo llamase para reflotar un barco que se hundía partido a partido. ¿O sí?

Ahora mismo, a nueve jornadas del final de Liga, parece que al presidente deportivista le falló la puntería. No se discute su buena voluntad, pero está claro que tiene un problema con los entrenadores. O los entrenadores con él, pero sea como sea, en el Deportivo falta estabilidad en el banquillo, algo que fue santo y seña de los mejores años del club, aunque bien es cierto que con plantillones construidos a base de firmar cheques sin fijarse en la cantidad de ceros. Un dispendio hay que pagarlo ahora. Ese marrón se lo está comiendo Tino Fernández y, a tenor de los números, está llevando la nave por buen camino. No es una cuestión baladí ésta. Hace no mucho la duda no era si el Dépor se mantendría en Primera, era si dejaría de existir.

El problema es que ese buen trabajo del equipo de Tino Fernández se ha ido por la borda. El partido ante la UD Las Palmas del pasado sábado marcó un punto de inflexión. Bastó un mal pase de Muntari a Navarro y un gol de Halilovic desde la frontal, adonde el ghanés llegó al trote un segundo después, para que en Riazor estallara la guerra civil. Silbidos a Albentosa, irónicos cánticos de "Lucas selección", cánticos nada irónicos contra el palco. Si hay algo bueno que tiene el Dépor con respecto a otros equipos de su rango es la afición, forjada en los días de vino y rosas, y fiel a unos colores contra viento y marea. Pero no contra lo que está viendo en los últimos años. Ha visto pasar a tantos jugadores y entrenadores que le cuesta identificarse, que siente que es solo a ella a la que importa lo que pasa.

Este domingo, al acabar el Celta-Málaga, le preguntaron a Hugo Mallo por los silbidos que recibió el equipo desde la grada. "La afición es libre de opinar, si vienen, nos gusta que sea para animar. Somos chavales de la casa y cuando se escuchan silbidos, a mí me toca los huevos. Somos los primeros que queremos ganar", dijo el capitán celeste. El deportivismo daría lo que fuera por escuchar algo así. "Chavales de la casa", dice. Eso es lo que añora Riazor. Y no hace falta que sean nacidos en A Gaiteira, Elviña o el Barrio de las Flores, Valerón era un chaval de la casa y nació en un isla a miles de kilómetros de distancia. Lo que quiere el aficionado es identificarse con un equipo. Lucir con orgullo su camiseta blanquiazul camino de Riazor aunque le marque barriga.

Esta temporada parece ser ya historia en A Coruña. Es cierto que incluso con la cabeza en la boca del cocodrilo uno no pierde la esperanza de escuchar el grito de Tarzán, pero el discurso de Seedorf y de los jugadores de que mientras haya vida hay esperanza no cala. No es creíble. El deportivismo ya se prepara para otra aventura en Segunda División, un viaje que tal vez sea largo, pero en el que espera pasárselo bien. Como son los buenos viajes; con algo de riesgo, aventura, pero eso sí, acompañado por los tuyos.

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