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Primero de literatura

Este lunes es el Día del Libro. ¿Cultura? ¿Es eso compatible con el deporte? ¿Se mancha la literatura cuando es deportiva? Los hay que hasta disfrutan de ambas cosas. ¿Es eso posible? ¿Y qué tiene qué decir Siniestro Total al respecto? Lean, lean... este lunes es el Día del Libro

Florentino Pérez acompañada a Sergio Ramos en la presentación de su biografía. EFE
photo_camera Florentino Pérez acompañada a Sergio Ramos en la presentación de su biografía. EFE

A LOS QUE disfrutamos con una tarde delante del televisor viendo una etapa de la París-Niza, un partido de la Liga ACB y otro de la Premier, mientras la vida real escribe un aburrido episodio más al otro lado de la ventana, nos fastidia mucho que la gente presuma de no saber de deportes. Permítanme en este artículo agarrar el megáfono y agitar la bandera desde el lado de la frontera de los mortales que disfrutan con el deporte. Si son de los míos, espero que estén de acuerdo. Si viven en la trinchera de enfrente, me conformo con que lleguen al final. Paso a la primera persona.

Pocas cosas me molestan más que la gente que presume de no saber de deportes. Una cosa es que no te interesen y, en lógica consecuencia, que no te tengas ni idea del tema. Correcto. Respetable. Otra es alardear de tu indiferencia al respecto. Remarcarlo, dejar claro que ese inframundo no te interesa. Presumir de tu ignorancia, al fin y al cabo, cuando seguramente lo que quieres es hacerte pasar por un intelectual.

—¿Messi, quién, Messi? Me suena. Es argentino, ¿no? Es que yo de fútbol no tengo ni idea, pero ni idea…

¿Les suena?

—Os queda claro, seres prehistóricos y alienados con las alineaciones de 22 garrulos en pantalón corto… Miradme a mí, qué culto y elevado soy.

Esto último no lo dicen, pero es a lo que suena; lo que en realidad buscan. Y al momento su discurso se centra en la última serie de zombies o dibujos animados de Netflix. No falla. Ahí sí, ahí sí que cabe la pasión, el arte, la belleza, la cultura. Posiblemente en el capítulo cinco de la novena temporada se pueda en encontrar el tiempo perdido que en su día buscó Proust.

La división entre cultura y deporte alcanzó su techo en este país cuando en octubre de 1984, en la canción Te quiero del álbum Menos mal que nos queda Portugal, Siniestro Total cantó aquello de "...y esos hombre que tú admiras, que parecen visigodos, mucho músculo, poco cerebro y luego lloran como todos".

Esa frase se clavó en los cerebros de una generación que se vio poco menos que obligada a elegir entre los libros y el balón. El que optaba por las letras ni se le ocurría mirar para la tele del bar si había fútbol. Y el que lo estaba viendo no se acercaba a un libro salvo que fuera para mirar si tenía fotos o para nivelar una mesa.

De aquel divorcio quedan secuelas, como las mencionadas al comienzo de este artículo, pero la situación ha cambiado. Hoy mismo es el Día del Libro, una buena fecha para detenerse a pensar en el tema. Y es que desde que Siniestro Total dominaba el mundo el deporte ha entrado en las librerías como un elefante en, precisamente, una librería. En Inglaterra, por ejemplo, basta con que un futbolista brille en el año de su debut para que se publique su biografía. ¿A los 20 años? Por no hablar de la literatura para ponerse en forma, que curiosamente solo funciona cuando se deja el libro en la estantería.

Deporte y cultura no tienen por qué ir juntos, pero tampoco separados. Está muy bien poder leer a Eduardo Galeano o a Manuel Vázquez Montalbán con el fútbol como disculpa, o maravillas como El Ciclista de Tim Krabbe; Cumbres de Leyenda, de Carlos Arribas y Sergi López-Egea; Mal de Altura, de Jon Krakauer, o El Periodista Deportivo, de Richard Ford...

Puede haber buenos libros de deporte como los puede haber de metafísica, viajes, gastronomía o zombies. Lo único que hace falta es una buena historia que contar y alguien que sepa hacerlo. Y el que sepa disfrutar de ellos y de una etapa de la París-Niza mejor para él, y el que aborrezca ambos pasatiempos, también, pero eso sí, que no presuma. O sí, que haga lo que le dé la gana, que hoy se compre un libro y lo pasee para que todo el mundo se entere que lo tiene. Y al llegar al casa que lo deje en la estantería para ver una serie de dibujos animados en Netflix. O un partido de fútbol... vaya usted a saber.

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