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Piedras en los bolsillos

Comienza este lunes en Lausana un juicio para decidir si las atletas que producen altos niveles de testosterona, como el caso de la surafricana Caster Semenya, deben medicarse para situarse al nivel de sus rivales. Vamos, doparse para ser peores. Terrenos pantanosos, éstos

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Violet Raseboya fue atleta de joven. En una ocasión, mientras esperaba para pasar un control antidoping, entró alguien en la sala junto a dos jueces de carrera.

—¿Qué haces aquí? Tú eres un chico, le dijo.

Raseboya pensó que aquella persona se había equivocado de sala de espera, que se había colado en la reservada a las mujeres por error. Pero no. Era Caster Semenya, una mujer. Una atleta prodigiosa que años después se convertiría en campeona olímpica y mundial.

Años después, en 2016, Violet Raseboya y Caster Semenya se casaron en una colorida ceremonia después de un largo noviazgo.

Durante toda su vida, Semenya ha convivido con las dudas sobre su género debido a su voz grave, su cuerpo musculado y sus rasgos faciales masculinos. Una incertidumbre multiplicada cuando irrumpió como un cohete en el panorama del atletismo profesional.

Fue en el campeonato del mundo de 2009, en Berlín. Con 18 años, la surafricana se hizo con la medalla de oro en los 800 metros lisos con un tiempo de 1.55.45 minutos. Nada más cruzar la línea de meta, el mundo entero, empezando por sus rivales en la pista, comenzó a desconfiar de ella. Tanto que la IAAF (Federación Internacional de Atletismo) le realizó un test de verificación de sexo.

Semenya tiene hiperandrogenismo; es decir, su cuerpo produce testosterona al mismo nivel que un varón

En septiembre de 2009, The Daily Telegraph publicó que dicho test reveló que Semenya tiene anomalía cromosómica: no tiene útero ni ovarios pero sí testículos internos. La IAAF no confirmó dicha información, pero lo que sí es cierto es que la mediofondista tiene hiperandrogenismo; es decir, su cuerpo produce testosterona al mismo nivel que un varón. Esto le proporciona más hemoglobina, o lo que es lo mismo, más resistencia, más musculatura. Más velocidad.

La intención de los responsables del atletismo mundial es obligar a Semenya (y a las atletas en su misma situación) a tomar estrógenos para reducir la producción de testosterona a niveles llamados femeninos. A doparse para salir perdiendo. Y Semenya no está dispuesta, así que comenzará en Lausana (Suiza) una vista en el TAS (Tribunal de Arbitraje Deportivo) contra la decisión que la IAAF lleva intentando aprobar desde el año pasado.

La medida afecta a las deportistas que compitan en distancias entre 400 metros y la milla y pretende bajar el nivel de testosternoa de 10 a 5 nanomoles por litro de sangre durante al menos seis meses antes de competir.

Existe un precedente similar al de Semenya. El de la velocista india Dute Chand, que fue inhabilitada para competir por la IAAF por su alto nivel de testosterona hasta que recurrió y el TAS le dio la razón.

El ejemplo de Chad sirve para lanzar la pregunta que todo el mundo se hace en torno a Semenya. ¿Gana porque es una gran atleta o por el hiperandrogenismo? Es difícil optar por la opción A o por la B. Es más sencillo recurrir al tópico gallego y responder con otra pregunta: Entonces... ¿por qué Dute Chand no gana?

La atleta surafricana y su equipo de abogados se agarran a la ciencia para impedir que la idea de la IAAF se lleve a cabo. Y es que no hay unanimidad en la comunidad científica a la hora de asegurar que una mayor producción de testosterona se traduzca en una mejora de las capacidades físicas. Tomar testosterona es doparse; producirla, no.

¿Debería ponerse un límite de altura para jugar al baloncesto para que todos los que lo practiquen tengan las mismas posibilidades de triunfo?

Semenya y su equipo de abogados quieren que el mundo entienda que tiene hiperandrogenismo de la misma manera que LeBron James mide 2,03 metros. ¿Le ayuda eso a ser mejor jugador de baloncesto? Sí. ¿Todos los seres humanos de 2,03 metros juegan bien al baloncesto? No. ¿Debería ponerse un límite de altura para jugar al baloncesto para que todos los que lo practiquen tengan las mismas posibilidades de triunfo?

El ejemplo no deja de ser eso, un ejemplo. Los casos de Semenya  y LeBron no son iguales, pero la idea es esa, que no se busque en el deporte una igualdad quimérica una vez que en la vida ya se aceptan todo tipo de diferencias.

Lo sucedido con Dute Chad invita a pensar que el TAS dará la razón a Semenya. La IAAF, un organismo ejemplar en la lucha contra el dopaje, se estrella aquí contra un espinoso muro. Su propósito es más que loable, pero en este tema raya con cuestiones muy aleajadas del deporte. Tanto, que a su alrededor han surgido ideas cuando menos inquietantes, como la de crear una tercera categoría entre la masculina y la femenina.

Tamaña opción implicaría borrar la historia del atletismo y repasar todos los resultados en los libros de historia marcha atrás en el tiempo para ver dónde se coloca a cada atleta hasta llegar a La Biblia, e indagar en ella si cuando la serpiente ofreció la manzana a Adán y Eva había allí alguien más.

En Lausana comienza un juicio para saber si Semenya tiene que competir con piedras en los bolsillo o, como hasta ahora, lo hace solo con aquello con lo que vino al mundo.

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