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Los paletos de Indiana

Indiana es una llanura con una religión: el baloncesto, sobre todo a nivel de instituto y de universidad. El mayor talento de su historia, Larry Bird, se convirtió en leyenda en los Boston Celtics, un equipo ahora en manos de otro genio de la llanura: Brad Stevens

Brad Stevens, durante un partido. EP
photo_camera Brad Stevens, durante un partido. EP

EL LEMA QUE preside el Bankers Life Fieldhouse, la cancha de los Indiana Pacers, pone el alerta al visitante de que sus botas pisan tierra sagrada. "En los otros 49 estados es solo baloncesto, pero esto es Indiana". La frase se ajusta a la realidad, pero está colocada en el lugar equivocado. Los habitantes de Indiana, que son vistos como paletos en las grandes urbes estadounidenses, no rezan a los dioses de la NBA. Su religión es más cercana. Está en las univerisidades, en los institutos, en las canchas de los pueblos que salpican esa inmensa llanura en la que el maíz y el trigo brotan sin freno. Si Uruguay es un gran campo de fútbol con casas, Indiana es un sembrado gigante con canastas.

En Indiana las historias de baloncesto se convierten en películas. Como Hossiers (qué maravilla encontrarse con ella una tarde de domingo que parecía destinada al aburrimiento), que narra la historia del instituto de Milán, un pueblo que a día de hoy no llega a los 2.000 habitantes, y que en 1954 ganó el campeonato estatal.

De esos pueblos salen los jugadores que nutren las universidades de la zona. La más importante es la de Indiana, cinco veces campeona. Es una de las más grandes del país, demasiado para el mejor jugador nacido en esa tierra de baloncesto. Y es que cuando Larry Bird llegó allí se asustó tanto que volvió a su pequeña ciudad de French Lick y se buscó un trabajo en la recogida de basura.

Tuvo que irse a una universidad mucho más pequeña, la de Indiana State, para sentirse cómodo. Acabó subcampeón de la NCAA tras perder en la final con Michigan State, a quien lideraba Magic Johnson. El primer asalto de la mayor pelea en la historia del baloncesto.

Años después, con los nudillos en carne viva de dar puñetazos y la cara magullada de recibirlos, convertido en uno de los mejores jugadores de la historia de la NBA, Larry Bird resumió su carrera con la siguiente frase. "No importa lo bueno que soy, sigo siendo solo un paleto de French Lick".

Si Uruguay es un gran campo de fútbol con casas, Indiana es un sembrado gigante con canastas

La carrera de Bird en la NBA solo conoció el verde de los Celtics, el equipo más laureado y sobre el que más leyendas hay escritas. Boston vivió su última época dorada de la mano de un nativo de las llanuras de Indiana y ahora mismo tiene las esperanzas depositadas en otro. Su entrenador: Brad Stevens. Otro paleto.

Coja un mapa de Indiana y señale con un dedo el centro. Bien, pues ahí, en el medio y medio del estado, en Zionsville, nació Brad Stevens, el entrenador de moda de la NBA, un tipo al que basta con mirarle a la cara para imaginar su vida. Enamorado del baloncesto desde niño, supo pronto que no tenía las condiciones para ser un gran jugador, así que dirigió su mirada a los banquillos. Con 24 años se ofreció como ayudante en la modesta Universidad de Butler y desde el principio demostró ser un privilegiado para entender el baloncesto. Fue ascendiendo poco a poco en el organigrama técnico hasta que en 2007, con 31 años, se hizo con el puesto de entrenador jefe. En seis años en el cargo ganó cuatro veces su división y en dos ocasiones se metió en la final four. Lo nunca visto en Butler.

En 2010, Stevens llevó a su equipo a la final, donde se vio las caras con la histórica Duke, la universidad de Mike Krzyzewski, cinco veces campeón de la NCAA. A punto estuvo de repetirse la historia del instituto de Milán, pero no, la realidad evitó una nueva película. Duke se impuso por 61-59 en un dramático partido en el que la estrella de Butler, Gordon Hayward, otro paleto de Indiana, se quedó a un centímetro de la eternidad con un lanzamiento lejanísimo en el último segundo que estuvo a punto de entrar tras tocar el tablero y el aro. Al año siguiente, ya sin Hayward, Connecticut no dio opción en la final al conjunto de Brad Stevens.

Las carreras e Hayward y Stevens se cruzaron de nuevo este año en la NBA. Lo suyo parece una historia de amor de instituto cuyos protagonistas se buscan una vez convertidos en adultos. La película marchaba por buen camino, pero la novia se rompió el tobillo subiendo las escaleras de la iglesia el día de la boda y la comedia romántica se tornó en drama.

Fue en el primer partido de la temporada. Stevens disponía de unos Celtics ilusionantes con Kyrie Irving y Hayward como estrellas, pero al poco de empezar el duelo ante los Cavaliers, el tobillo izquierdo del exjugador de Butler se rompió en mil pedazos, como la ilusión de los fans verdes.

Pero Stevens, con el corazón herido, miró al frente. Reunió a sus jugadores y les dijo que Hayward saldría adelante y que tenían trabajo por delante. Los Celtics ganaron 16 partidos seguidos y firmaron una más que digna campaña regular, empañada por la lesión de Irving en el tramo final.

Con tanta ausencia, Boston despertaba dudas de cara a los play off, pero eliminó a Milwaukee, a Philadelphia, y marcha por delante de Cleveland. El culpable es, por encima de todos, Brad Stevens, capaz de hacer defender a su equipo como si fuera de la Euroliga y, lo que es más difícil, de convencer a su plantilla de que puede competir con los mejores. Hablar de ganar el anillo es una osadía, pero en un futuro no muy lejano, con Hayward recuperado... Sin con un paleto de Indiana como Larry Bird los Celtics hicieron historia, imagínense con dos.

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