Blog |

Entender Argentina

Las barras bravas llevan tanto tiempo formando parte del fútbol argentino que más que a eliminarlas, a lo que se aspira es a convivir con ellas. Lo del sábado pasado con los hinchas de River como protagonistas fue solo un capítulo más. ¿El último? Complicado

BARRAS

EL MONO Perotti, padre del exjugador del Sevilla, hablaba con su mujer por teléfono en la concetración de Boca Juniors cuando más de un centenar de aficionados del club, las barras bravas, irrumpieron en el edificio.

Cortá el llamado, le dijeron.

¿Pero qué decís, boludo?, si estoy hablando con mi señora.

Uno de los asaltantes agarró el teléfono, tiró del cable, lo arrancó de la pared y arrojó el aparato al suelo. Perotti se levantó y se reunió con sus compañeros, amontonados contra una pared. Enfrente, más de un centenar de pistolas apuntaban.

Miren, dijo El Abuelo, jefe de la barra, queremos ser campeones. Hoy les venimos a hablar, la próxima vez será distinto.

Maradona, recién llegado a Boca, tomó la palabra en un acto de inconsciencia propio de la juventud que le rebosaba del cuerpo.

¿Pero esto qué es, viejo...

El Abuelo le interrumpió.

Con vos no es, nene. Vos sos el único que se salva y a partir de ahora vas a ser el capitán.

La barra se fue y unos meses después Boca levantaba el título de campeón de Liga de 1981 tras una dura lucha con Ferro.

El origen de todo el quilombo tal vez estuvo en lo que sucedió la noche del viernes, cuando la Policía entró en casa de dos de los jefes de las barras bravas de River e incautó más de 10 millones de pesos y 300 entradas

Maradona se fue al Barcelona, pero la barra se quedó. El club entró en un periodo oscuro y la relación entre plantilla y aficionados radicales se torció. Tanto que un día cuatro jugadores y cinco barras bravas se citaron para planear cómo solucionar el conflicto. Lo hicieron en el banco donde trabajaba de Guillermo Coppola, que después sería representantes de Maradona. Los barras bravas pusieron las armas sobre la mesa y establecieron las normas.

Pelea sin armas y en el suelo no se pega.

Se citaron en un garaje abandonado y se repartieron los rivales. Coppola pelearía del lado de los jugadores. Óscar Ruggeri se pidió como enemigo al Abuelo y al Gallego Vázquez el sorteo le deparó un cara a cara con El Chueco, un tipo con fama, bien ganada, de asesino. Vázquez se echó atrás y el combate quedó en el aire.

Tiempo después, Ruggeri se encontró con El Chueco por la calle.

Sé que te vas de Boca. A cualquiera menos a River, ¡eh!.

Tranquilo, a River no me voy.

Pero sí se fue a River y un día, al volver de un entrenamiento, se encontró con su casa en llamas. Dentro estaban sus padres, que acabaron en el hospital, y Ruggeri enloqueció. Agarró el coche y se personó en la casa del Abuelo.

¿Quién me quemó la casa?

Los míos no fueron, lo hicieron unos pibes que no podemos controlar.

Como me vuelva a pasar algo vengo aquí y monto un quilombo. Me da igual todo.

Poco después, los pibes que quemaron la casa de Ruggeri viajaban a un partido en el techo de una autobús. No llegaron al encuentro. Se mataron contra un puente...

En Argentina, las historias de barras bravas se pueden entrelazar hasta llegar a las que dejaron al mundo con la boca abierta el pasado fin de semana. El origen de todo el quilombo tal vez estuvo en lo que sucedió la noche del viernes, el día antes del partido de la vuelta de la final de la Copa Libertadores, cuando la Policía entró en casa de dos de los jefes de las barras bravas de River e incautó más de 10 millones de pesos (unos 240.000 euros) y 300 entradas para el encuentro del día siguiente.

Horas antes del partido, con el Monumental casi lleno, la cuenta en Twitter del Diario Olé publicó una foto de la zona en la que habitualmente se ubican Los Borrachos del Tablón, los aficionados radicales de River, muy despoblaba, y se preguntaba dónde estaba la barra. Es fácil atar cabos y pensar que se encontraban apedreando el bus de Boca y haciendo lo posible para que el partido no se disputase.

Horas después, con el partido aplazado, los barras bravas de River asaltaron a aficionados de River a la salida del Monumental para hacerse con entradas para el día siguiente. Les faltaban 300, claro. Fue esto, además de la imagen de una una madre colocando un cinturón de bengalas bajo la camiseta a una niña de unos seis años para que las colase en el estadio, lo que dio vuelta a los cerebros a este lado del Atlántico. Al fin y al cabo, apedrear autobuses es algo que de vez en cuando también se ve por aquí.

¿Qué pasa en Argentina en torno al fútbol?. El problema es que se perdió el respeto por el prójimo, apuntó el domingo Valdano. Hay quien achaca todo al alto nivel de pobreza, que deriva en una delincuencia que encuentra un hábitat perfecto en torno a la pelota. No sé, estamos demasiado lejos como para saber del tema, y más incluso como para dar lecciones. Me quedo con lo que le dijeron a una amiga cuando regresó a España después de estudiar periodismo deportivo en Buenos Aires, algo así como cursar un máster de astronomía en el sol. «Si entendiste Argentina es que no te la explicaron bien».

Comentarios