Opinión

Toxicidad al volante

El balance dado a conocer por el Instituto de Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, es aparatoso y dramático. Muy preocupante. No debiera pasar inadvertido por su alcance al valorarse los riesgos que siempre están presentes en las carreteras: la mitad de los conductores fallecidos en 2021, casi todos varones, habían ingerido alcohol o droga, sobre todo cocaína, en un porcentaje que supone un ligero incremento respecto a los registros de 2020 y 2019, pero que multiplica por cinco las cifras de 2008, con el diez por ciento. Ahora se aproxima al cincuenta. Pero, para una gran mayoría, no es más que un frío dato estadístico de los muchas que se difunden, cuando debería significar un aldabonazo en la conciencia y proceder de los conductores que se exceden en los límites de lo permitido, con mayor persistencia el alcohol que las sustancias tóxicas. Lo más probable es que los percances y los fallecimientos de quienes dieron positivo se debiesen a otras causas, pero la relación causa efecto es difícil de descartar. Son muy de lamentar las muertes de todas estas personas, pero nunca ignorando que su manejo en estas circunstancias significó, además, un altísimo riesgo para los conductores y usuarios de otros vehículos, con lo cual la imprudencia adquiere doble gravedad. 

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