Opinión

Soy tu primo

SI NO nos rodeasen tantos pillos, granujas, bribones y demás vividores, habría menos timos y timadores, pero estando la impostura tan bien arropada y correspondida por lerdos, julais, ignorantes y avariciosos, la mezcla es explosiva. La disparidad de tácticas y estilos para encandilar al prójimo es infinita; basta ojear La timoteca nacional, la ilustrativa enciclopedia de trucos, fraudes y engaños del recordado Enrique Rubio, para entenderlo. Pero el estilo de argucia no se estanca, abarcando cada vez nuevas mañas, modos y maneras de embobar al inmolado, como la que ahora mismo se impone: el timo del viajero, rizando el rizo de la credulidad y de la candidez, solo al alcance de los incautos incorregibles. «Oye, soy tu primo, ya te percatas, ¿no? Estoy en un apuro, me robaron en el aeropuerto y te pido, por favor, que me ayudes, si puede ser con dos mil euros». Al trapo: «Oye, qué primo, Pepe?». Terreno despejado: «Claro, hombre, soy Pepe». Allanado el trámite, sablazo al canto. Sin más requisitos. Por algo es un primo anheloso de ayuda. O la modalidad de un antiguo y supuesto compañero de colegio. Idéntico procedimiento. La modalidad no genera desconfianza hasta pasado el tiempo prudencial que lo aclara, pero reclámale al maestro armero. Convendría espabilar.

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