Opinión

Playas, ¿tampoco?

ESTANDO el verano al caer, y el coronavirus todavía desbocado, el confinado impaciente, atormentado por un rosario de preocupaciones, colaterales o no, ya se pregunta si es o no posible fantasear con la playa, con tomar el sol o el chapuzón en cualquiera de los arenales disponibles. Si ir o no desempolvando la toalla, la silla, la raqueta o la sombrilla. No hay respuesta cuando las perspectivas revolotean sobre la incertidumbre. De un lado, por la imposibilidad material de hacer viable lo que a día de hoy no lo parece, y de otro, por el temor real a las aglomeraciones, al contacto inevitable con cualquier tumulto. ¿Se imaginan atrapados en A Rapadoira, Llas, Benquerencia o Covas en el hervor de un domingo de agosto? Una de las alternativas que se barajan es el teórico derecho de admisión, mediante un estricto filtro sanitario, pero de aplicación confusa. Una empresa italiana, por ejemplo, ha sugerido mamparas de plexiglás que aíslen a los veraneantes, dispuestas en cuadrados de 4,5 metros de lado por dos de alto. No se explica si serían o no gratuitas, ni si se garantiza el no contagio en las jaulas. Los aislados, se intuye, habrán de salir del cubículo para zambullirse o pasear, con lo cual estamos en más de lo mismo. Todas son especulaciones, pero el final se adivina.

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