Opinión

Peatonalizar, ¿para...?

VIÉNDOLO desde el lado placentero o del desahogo callejero que se le transmite al usuario del coche de San Fernando (ya saben) para bullir por espacios urbanos, peatonalizar la ciudad es un cúmulo de regalías, lo cual podría ser relativamente así de no ser porque los espacios redimidos de coches acaban siendo acopio con fines abusivos o caprichos que proscriben la posibilidad de caminar, sin riesgo de ser revolcado por un ciclista encabritado o que un desenfrenado patinete magulle al confiado viandante. O que le deje trastabillado un balonazo perdido. Es decir, que la mayoría de las zonas exentas de vehículos lo son menos que con carruajes, y no menos expuestas para escudar el tipo. La muestra está, por ejemplo, en la plaza de San Marcos, en todo el frente de la Diputación, por donde transitar requiere ir ojo avizor, expectante y atándose todos los machos para contrarrestar o sortear el peligro avivado por mozalbetes, sin la menor consideración hacia el prójimo, entre otras razones porque saben (¿dónde hay un guardia?) que están a cubierto de toda reprobación y responsabilidad que les enseñe a comportarse. El asfalto acotado es solo suyo. ¿De qué sirve, pues, el afán obsesivo de despejarlo todo si la finalidad se quebranta? ¡Ah!, y súmenle los coches que siguen circulando por necesidades de reparto, al libre albedrío o para ir a sus garajes.

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