Opinión

Os Ancares

LA FUNDACIÓN del Club Ancares en 1963 activó, y de qué manera, el arranque de una amplia zona deprimida de la montaña lucense, impulsando vías de progreso ignoradas para relanzar su riqueza y su dinamismo social con la presencia y comparecencia de deportistas, cazadores, autoridades, personalidades y visitantes de diferente procedencia, que de otra manera no tendrían opción de participar en actividades de montaña, caza, nieve, gastronomía, paisaje o lúdicas en general. Y sobre todo, la apertura y mejora de vías de comunicación, rompiendo el aislamiento.

Lástima que medio siglo después, la precariedad económica forzase el cierre, hace dos o tres años, del magnífico albergue del club, emblema principal del amplio abanico de actividades y de congregación de la sociedad. Como todo lo que signifique progreso, planificación y gestión en Os Ancares tiene un nombre, los que conocemos a Alfredo Sánchez Carro (Alsanca), su ‘inventor’ y presidente del club, sabemos bien de su tenacidad y su entrega y por eso entendemos su amargura al no haber alcanzado el éxito esperado con su oferta de conservación del albergue, a coste cero, al Concello de Cervantes, Diputación y Xunta. Tanto como un desaire a la generosidad, es sobre todo una zancadilla a la pujanza turística ancareña.

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