Opinión

No queda nadie

QUIENES provenimos de pueblo somos más propensos y sensibles al abatimiento que produce el éxodo demográfico de nuestras aldeas. La desolación es inevitable si nos retrotraemos a nuestra niñez o adolescencia, cuando estaban pobladas, con vecinos que compartían tertulias, éxitos y fracasos; trabajos del campo o episodios lúdicos. O los atrios parroquiales convertidos en puntos confluentes los domingos. No queda nadie o muy pocos. Todo desapareció, incluidos caminos y senderos, dominados por la maleza. Casas otrora repletas de vida, ahora derruidas.

Uno de cada tres municipios perdió a más del 50 por ciento de sus vecinos desde 1981, según publicó este periódico al informar de datos emanados del padrón al finalizar 2019, lo cual supuso para Galicia caer de la barrera simbólica de los 2,7 millones de habitantes. No es la única comunidad castigada por el vaciado, pero sí de las más afectadas por la migración de los que exploran horizontes mejores o por los que implacablemente llenan los cementerios, sin ninguna esperanza de recuperación con nuevos nacimientos. No hay marcha atrás ni quien intente parar lo imparable, entra otras cosas porque los gobernantes solo se mueven por los votos, y la decadencia poblacional no los facilita.

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