Opinión

Nada será igual

Predecir lo malo suele ser más certero que aventurar lo bueno, aun estando sometidas ambas a avatares de la eventualidad. Por eso que las deducciones demoledoras de la pandemia se aproximan más a lo que puede ser que a conjeturas menos dañinas. Es fácil intuir que determinados servicios, protocolos o ceremonias nunca volverán a ser lo que fueron. ¿Recuperará el fútbol su pasión en los graderíos? ¿Renovarán las salas de proyección cinematográfica su auditorio? ¿O las fiestas, romerías populares, ferias y mercados... su excitación? De un lado, el público asumirá recelos y prevenciones, y de otro, porque será difícil que el arbotante que permite la viabilidad resista la embestida. Por ejemplo, la aprensión también mengua los espectáculos taurinos. Las ganaderías del toro bravo se desintegran, la inactividad en los ruedos las aboca a desaparecer. Lo que no consiguieron los fustigadores de la fiesta, por evitar la muerte y el maltrato de las reses de lidia, tienen en el covid su mejor aliado. Todo visto desde el escaparate: entre bambalinas se interpone el drama del paro, el de los que pierden su trabajo y su futuro. Dicen, por ejemplo, que la ganadería de bravo generaba cinco o seis veces más mano de obra que una explotación de vacuno manso.
 

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