Opinión

Falsificadores

SIEMPRE se dijo que hay falsificadores de obras de arte que superan los originales que plagian, lo cual les acredita, a la vez, como sutiles delincuentes y genuinos artistas, de cuya concurrencia suelen aprovecharse terceras personas, que sin ser creativas ni esforzarse, obtienen la mayor tajada. Una recién desarticulada red que fusilaba y vendía obras de Picasso, Miró, Sorolla, Chillida, Tápies y otros varios pintores y escultores cotizados en el mercado, operaba desde hacía siete años, los que tardó la Policía en descubrirla, puede que por despreocupación o porque eran tan buenos los copistas que nadie se percató del engaño. Como casi siempre, los menos beneficiados fueron, en este caso, los falsificadores, cuya retribución por cada cuadro o escultura osciló entre cincuenta y cien euros, precios que cuadriplicaron los intermediarios, o incluso más, porque un cuadro de Tápies se vendió en ciento ochenta mil. Que se embauque a un particular o al listillo de turno no parece difícil, pero otra cosa es que la argucia alcance también a expertos y galerías artes. Más que víctimas parecen conniventes.

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