Opinión

Crucifixión

CASI nadie, que se sepa, comparte el estilo de Cristina Cifuentes. Y casi nadie entiende su actitud política y personal. Pero no por ello se merece, al margen de todos los rebumbios interesados, un miramiento o crucifixión tan atroz. Aniquilar a un ser humano nunca está justificado y menos si hay disonancia entre la literalidad de lo que se le atribuye y la expiación aplicada. O desproporción entre cómo se han asumido otros episodios de corruptela política de mucho mayor calado, por bastante más de cuarenta euros. Y ahí siguen los aludidos tan frescos y ufanos, como si no fuese con ellos, sin que nadie ose echárselo en cara, ni que se adopte contra ellos lo que la ética y la responsabilidad penal demandan; se excusa incluso a los transgresores, como si sus fechorías delictivas y excesos morales formase parte de una hoja de ruta marcada por la decencia. Como si los que ahora arremeten con tanta saña contra la señora Cifuentes sintiesen miedo cerval de incomodarles, aun sabedores, por lo trascendido, de que no son presuntos inocentes. Estamos en un solar patrio en donde las diferentes varas de medir se utilizan según la alzada del interfecto.

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