Opinión

Citas previas

SI VOLVER a la deseada normalidad significa recuperar lo que la pandemia recortó o alteró en el diario brujulear, trastocando nuestra libertad y hábitos varios, se entiende que es para todo, sin restricciones de flecos o situaciones que solo se entienden desde la comodidad, o por capricho de quienes los establecen; si alguna vez fueron recomendables, retroceder a lo de siempre significa volver a cómo se hacía. Lo reclamaba un lector de este periódico, Francisco López, reivindicando normalidad en los servicios públicos de la Xunta y concellos, aludiendo especialmente a la funcionalidad de los registros.

Que finalice la cita previa. Porque, en efecto, la cita previa para cualquier gestión en las dependencias de la Administración autonómica, provincial o local, es un incordio, una inapropiada exigencia que ralentiza hasta límites intolerables toda la pesada maquinaria burocrática.

Que al aparato administrativo le resulte más soportable, no justifica el desprecio a quienes han de acudir a la ventanilla de turno, sin que cuenten los cabreos y trabas que padece el ciudadano, negándosele el derecho a una atención adecuada y fluida, sin aguantar impertinencias y tosquedades. Como si no se estuviese al servicio de lo que exige el demandante. ¿O no se está?

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