Opinión

Cabreo de Fole

RELEYENDO el Cuaderno gris (siempre es un placer), Josep Pla describe a su madre como obsesa de la higiene y el orden, hasta el punto de temer por la custodia de su anárquico archivo de escritos y apuntes, siempre revueltos, a disgusto de la progenitora, dispuesta en todo momento a purgar (por lo sano) lo que estimaba sobrante. Algo parecido sucedió en los años setenta con el repertorio de originales que Ánxel Fole conservaba a su desordenada manera, sobre todo los de Táboa Redonda, en la primera y vieja Redacción nuestra, cuyos compartimentos no siempre garantizaban ni permitían mantenerlos en lugar seguro, fuera de peligro. Fole los protegía mezclados entre papeles varios, apilados encima de un mueble, que solo él controlaba, hasta que un mal día Gerino Núñez, recién incorporado, y también empeñado, al estilo de la madre de Pla, en que todo estuviese en su sitio, descubrió un mazo de folios escritos, que consideró desperdiciados, sin sospechar que se trataba del trabajo acumulado por el escritor y académico, con lo cual, en vez de averiguar la procedencia, optó por arrojarlos a la papelera, desapareciendo cuando las limpiadoras hicieron su trabajo. La reacción de Fole, pese a ser un hombre templado, ya se la imaginan. Aún resuena su cabreo.

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