Blog | Que parezca un accidente

Morir dos veces

EN LA VIDA hay experiencias únicas que, debido a su importancia, deberíamos poder vivirlas dos veces. Conocer al amor de tu vida, tener tu primer hijo, cumplir los cuarenta. Vivencias por las que solo nos está permitido transitar una vez. Sin margen de error. Sin posibilidad de repetir o volver a empezar. Como si no fuese ya bastante difícil acertar a la cuarta o la quinta.


Bien pensado, la más significativa de todas, y a pesar de ello igualmente desparejada, tal vez no sea otra que morirse. Es injusto que solo nos podamos morir una vez. Como si irse al otro barrio no se mereciese un partido de vuelta, e incluso una prórroga y unos penaltis. La muerte debería incorporar una segunda oportunidad. Por si la primera no sale como tú querías o crees que se puede mejorar. Hace un par de años, por ejemplo, Liam Gallagher estuvo a punto de pasar a mejor vida. Una estrella del rock instalada en el exceso, siempre involucrado en escándalos, borracheras y peleas, y por poco fallece debido a un caramelo de chocolate con cacahuete que le provocó un choque anafiláctico. Qué bochorno. Qué forma más ordinaria de morir para un ídolo. De haberse producido el fatal desenlace, el destino debería devolverle su dignidad. Revivirlo y matarlo bien. De un navajazo o alguna complicación hepática.


Imagínense los últimos pensamientos de Sherwood Anderson, uno de los referentes literarios de Faulkner, Hemingway o Wolfe, cuando en un hospital de Panamá le dijeron que el motivo por el que estaba a punto de fallecer era haberse tragado sin querer el palillo de dientes de un Martini, lo que le había perforado el colon y causado una peritonitis letal. Si bien es cierto que desde principios del siglo XX las muertes provocadas por palillos de dientes ascienden a más de diecisiete mil, con qué cara se presenta uno en el más allá habiendo sido asesinado por un cóctel. Qué menos que poder intentarlo una vez más.


Imagínense los últimos pensamientos de Sherwood Anderson, uno de los referentes literarios de Faulkner, Hemingway o Wolfe, cuando en un hospital de Panamá le dijeron que estaba a punto de fallecer por tragarse el palillo de dientes de un Martini

Lo que nos asusta de la muerte, en realidad, es que solo disponemos de una toma y no sabemos lo que va a pasar. Por eso los pocos hombres que, como en la novela de Enrique Sdrech sobre el caso Scandinaro, tienen la oportunidad de morir dos veces, no deberían desaprovecharla. Uno de los ejemplos más sangrantes es el de Nazario Moreno, ‘el Chayo’, un capo mexicano de la droga con delirios mesiánicos que fundó los Caballeros Templarios y se impuso a los Zetas y al cartel de Sinaloa en la lucha por el control de la producción de metanfetamina en el estado de Michoacán. Moreno perdió la vida el 9 de diciembre de 2010, tal y como confirmó en una rueda de prensa el presidente Felipe Calderón, tras una operación contra el narcotráfico llevada a cabo por las autoridades federales. Pero el 9 de marzo de 2014, apenas tres años después, el Sistema de Seguridad Pública declaró que en la redada realizada esa misma madrugada había sido abatido Nazario Moreno, el narco más peligroso de México. No sé qué pensarán ustedes, pero haber muerto dos veces y que las dos sean exactamente iguales, en mi opinión es un auténtico desperdicio. Es como suspender en junio, presentarse en septiembre y fallar exactamente las mismas preguntas. Improvisa, prueba algo distinto. Cuando a Isadora Duncan se le enganchó su larga y preciosa bufanda en las ruedas de un coche hasta estrangularla, seguramente pensó en otras formas mejores de morir si se le concediese una segunda oportunidad.


Lo mejor de todo acontecimiento reseñable es que en cualquier momento lo puedes recordar. Revivirlo de algún modo rescatándolo de la memoria. Pero el día que dejas de vivir desaparece consigo mismo, como una frase escrita en la orilla a merced de la marea. Nadie puede relatarnos cómo fue su muerte porque nadie ha vivido para contarlo. La muerte es una de esas cosas a las que no se suele sobrevivir. Me habría gustado leer a Tennessee Williams explicándonos cómo intentó suicidarse ingiriendo barbitúricos, con tan mala -o buena- suerte que al abrir el bote con la boca se tragó accidentalmente el tapón de plástico, falleciendo por ahogamiento. Sería interesante, ya que todo el mundo tiene la costumbre de contar a los demás todo cuanto hace, poder escuchar a la gente describiendo cómo falleció. Qué sensación le produjo no seguir viviendo. Es lo único sobre lo que nadie puede opinar con certeza, lo que conlleva un cierto nerviosismo que se podría evitar fácilmente si no estuviésemos condenados a morir solo una vez. Con qué tranquilidad nos acercaríamos a la última hora. Esa que no hiere, sino mata.


No poder vivir la muerte más que una sola vez tiene no obstante una ventaja, y es que nadie puede contarte cómo falleciste tú, lo que en ocasiones podría resultar un tanto incómodo. Uno nunca sabe cómo puede reaccionar su interlocutor al preguntarle qué tal le va la muerte. Al fin y al cabo, no saber que estás criando malvas es la mejor parte. Como dijo Marcel Duchamp, ''siempre son los demás los que se mueren''. Algo es algo.





*Artículo publicado el domingo, 14 de junio de 2015, en la edición impresa.

Comentarios