Opinión

El temporal se aleja del Pazo

DE REPENTE, el dispositivo hizo clic y todas las piezas encajan a la perfección. Por fin, el Breogán 2015-16 está a la altura de su historia y de lo que exigen sus aficionados. Por fin, el temporal que ha azotado inclemente por el Pazo amaina y permite ver con optimismo el futuro inmediato. No va a faltar el Breogán a su cita con los play off de ascenso, para el equipo lucense la razón de ser mientras milite en la LEB Oro. Lo sorprendente es que lo puede hacer desde una posición inimaginable hace solo un mes, cuando el desánimo por una situación extremadamente difícil, unida a la forzosa marcha de Lisardo Gómez por motivos de salud, pintaba el futuro más oscuro que la canción de los Rolling Stones.

Pero la catarsis llegó y aquel equipo alicaído, de ánimo quebradizo, endeble, que se descomponía al mínimo revés, se ha transformado en un colectivo sobre todo fuerte mentalmente. El partido de Oviedo fue la confirmación definitiva de la llegada del nuevo Breogán. Aquel día, el equipo, ya con Quique Fraga al frente, se convenció de que no hay nada perdido, de que puede luchar por lo máximo. Todavía. Encajó como buen púgil los tremendos mandobles que le mandaba su rival, supo esperar su momento y soltó finalmente sus golpes con precisión hasta conseguir el K.O. «Float like a butterfly, sting like a bee», que decía el gran Muhammad Ali.

Pero, cuidado, la batalla no está ganada. Ni mucho menos. El Breogán puede acabar cuarto o quinto y tener la ventaja de cancha en la primera eliminatoria de los play off, pero también séptimo y complicarse de nuevo la vida. Queda un partido a vida o muerte el viernes en el Pazo (21.00 horas). Literalmente a vida o muerte, porque el rival, el Planasa Navarra, se juega seguir en la LEB Oro o caer en el infierno de la LEB Plata, un futuro que ningún experto auguraba a un equipo pensado para metas mayores. Solo el triunfo le puede salvar. Así que el Breogán deberá aplicarse de nuevo la máxima de Ali si no quiere que las turbulencias regresen. Está en sus manos, en las de Quique Fraga y en las de sus jugadores.

LA GRAN AVENTURA DEL LEICESTER. Abundan en el deporte las historias de superación, de equipos y deportistas capaces de dar lo mejor de sí mismos en las peores circunstancias. O de tener la clarividencia, y la fortuna, de otear el horizonte y ver que el momento que llevaba décadas esperando ha llegado. El Deportivo de Javier Irureta es un ejemplo. Como el actual Leicester de Claudio Ranieri, que está a punto de culminar una de las sorpresas más colosales del mundo del deporte en lo que va de siglo XXI.

Un equipo que hace solo dos años luchaba por ascender en la despiadada Championship, el equivalente a la Segunda española, es a falta de cinco jornadas el favorito para conquistar la rutilante Premier League inglesa, ese lugar donde el dinero crece en los árboles. Se trata de una proeza casi sin precedentes. Para que se haya producido han tenido que pasar muchas cosas, la primera que el Leicester haya ofrecido un rendimiento inmejorable, pero también que transatlánticos continentales como el Chelsea, el Manchester United, el Manchester City o el Arsenal hayan encallado sus mastodónticas estructuras todos a la vez.

Ha tenido que ser un humilde, el modesto Leicester, un equipo construido con lo que otros desdeñaban, el que ha aprovechado el fallo en Matrix para aspirar a ganar la Premier, para convertir en internacionales a jugadores que eran considerados poco más que jornaleros del balón.

Desde luego, la Premier no está ganada. Quedan cinco jornadas que se le van a hacer durísimas a Vardy, Mahrez, Kanté, Drinkwater y compañía, pero lo que nunca se le podrá discutir ya al Leicester es que es un grande y que su gesta será recordada en el futuro y servirá de inspiración.

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