Opinión

Boca-River, la final de las finales

EL MUNDO del fútbol gira hacia el cono sur. Olvídense de la Premier, del Manchester City, del Liverpool, del Manchester United, Guardiola, Klopp o Mourinho. Olvídense de la Liga española, de los juegos malabares de Neymar y Mbappe, de las desventuras del Bayern Múnich o el Real Madrid. Olvídense de Cristiano Ronaldo y el paseo militar del Juventus por la Serie A italiana. Olvídense de todo porque el próximo sábado, por un día, probablemente por dos, el foco del fútbol mundial estará sobre la Bombonera de Boca y el Monumental de River, lejos del eurocentrismo habitual del fútbol de hoy en día. Frente a frente, por primera vez en la historia, Boca Juniors y River Plate, los mejores equipos argentinos del momento, y de la historia, deciden el nombre del campeón de Suramérica, a doble partido porque así se juega la final de la Copa Libertadores, por última vez en este formato por cierto.

Jamás se han enfrentado, por increíble que parezca, xeneizes y millonarios en la final de la Libertadores, el título de la supremacía del subcontinente austral. Es cierto que ambos se han enfrentado numerosas veces, por lo menos cada año dos en la Liga argentina, y varias en competiciones continentales, pero lo de estos días es inédito. Costó pero por fin ha llegado. En un subcontinente tan vasto como el suramericano todo se decidirá en unos pocos kilómetros de distancia que hay entre la Bombonera y el Monumental, unos veinte kilómetros metro arriba metro abajo, ambos frente al río de la Plata, en la zona sureste de la megalópoli que es hoy Buenos Aires está el hogar del Boca y en el noroeste de la enorme ciudad el del River.

Con todo, por encima incluso del fútbol, está el tema logístico y la seguridad, una obsesión que incluso ha alcanzado hasta el presidente de la república argentina, Mauricio Macri, en su día máximo dirigente del Boca y, se supone, hincha del equipo xeneize. Y es que el fútbol y todas las cosas en la vida, desde la política, la economía o la religión, giran en torno al balón. Más bien el balón está por encima. Por eso, la final no es un partido cualquiera. Son ya numerosos los incidentes entre hinchas de fútbol, rivales o incluso entre los de un mismo equipo, como para tomar esta cosa como una broma. La preocupación por lo que puede pasar es general y trasciende a lo que solo debería suceder sobre el rectángulo verde de un partido de fútbol. Ninguna de las hinchadas podrá ver a su equipo en el campo rival. Lo ha decidido el presidente Macri y lo apoyan los propios dirigentes xeneizes y millonarios. Probablemente no ocurra nada dentro del campo porque la seguridad será absoluta y la cosa no irá más allá de los roces entre los jugadores argentinos, calientes de por sí y mucho más cuando dos equipos como los citados se tienen tantas ganas. El problema es lo que suceda fuera de los estadios, en las calles de Buenos Aires, más allá incluso de los días siguientes a los dos partidos, porque el rencor jamás desaparece en una sociedad tan enferma como la argentina. Y he aquí la cuestión. Nada de bromas.

'FOOTBALL LEAKS' PONE EN PROBLEMAS A INFANTINO. Esclarecedoras y demoledoras han sido las revelaciones conocidas el pasado viernes por la página web 'Football Leaks', que deja poco menos que a los pies de los caballos al nuevo y flamante presidente de la Fifa, el suizo Gianni Infantino. Esclarecedoras y demoledoras respecto a las formas de hacer de los dirigentes del fútbol. Según la citada web y difundida por el periódico alemán 'Der Spiegel', la Uefa tapó durante años los tejemanejes de dos equipos de fútbol siempre polémicos por su escaso tacto, el Manchester City y el París Saint Germain, dos clubes dirigidos por Estados del Golfo Pérsico y podridos de dinero. En todos los sentidos.

No sorprende que City y París Saint Germain hayan dilapidado durante años inmensas fortunas para acercarse a los gigantes del fútbol europeo, pelear con ellos e incluso derrotarlos. Los fichajes por encima del mercado están a la orden del día con estos dos clubes y, en menor escala, en la Premier League inglesa, con los de Neymar (222 millones de euros) y Kilian Mbappe (180 millones) por el equipo francés a la cabeza en el verano de 2017.

Estas dos transacciones, y algunas más, están siendo investigadas desde entonces por la Uefa y la Fifa. Hasta aquí todo perfecto. Lo que denuncia Football Leaks es que mientras que en público los dirigentes luchan contra el dopaje financiero y la corrección del 'fair play' financiero, en privado no mueven un pelo, solapan los escándalos como si no hubiera pasado nada y permiten que los dopadores oficiales, dirigidos por jeques más o menos oscuros, campen por sus anchas.

Michel Platini, antiguo presidente de la Uefa y hoy absolutamente caído en desgracia por corrupción -el asunto judicial aún tiene que resolverse-, y su secretario general, Infantino, hoy presidente de la Fifa, solaparon más o menos las prácticas de los jeques, que dejaron en situación de inferioridad al resto de clubes. Y esto solo acaba de empezar. Habrá que ver cómo termina el caso Infantino, que por otro lado niega todo lo que se le acusa, como era de rigor. Habrá que ver que recorrido tiene el dirigente suizo, empantanado en un asunto farragoso al poco de ganar las elecciones a la presidencia de la Fifa. Y es que la corrupción nunca descansa. 
 

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