Blog | El periscopio

Cubrirse las espaldas

Solamente el 20% de los viticultores gallegos tienen contratado un seguro agrario

NO SÉ los años que tendría. Los suficientes como para acordarme de una estampa en la que la protagonista era mi abuela materna, Isolina. La veo sentada en una pequeña silla de su dormitorio cuya ventana estrecha y alargada miraba hacia la fachada principal de colegio del Cardenal. Era un tarde tormentosa, tanto que al poco de ponerse el cielo de un color mezcla de gris y azul cobalto comenzaron a caer rayos y truenos como si fuese el fin del mundo. Amedrentado, mucho, y a gatas en el suelo, miraba para mi abuela buscando algún tipo de consuelo que no llegaba porque estaba ensimismada en no sé que rezos mientras asía con fuerza, con sus dos manos, un rosario. Al fondo, potentes, se escuchaban unos incansables repiques de campanas.

No había misterio alguno. Los rezos a la santa tenían como fin que nos protegiese de los rayos, mientras que el tañido de las campanas, las de las Reliquias del colegio del Cardenal, servían, dentro del imaginario religioso local, para disipar la tormenta.

Encomendarse a la intercesión o caridad divina para no sufrir mal alguno fue algo a lo que se le echó mano durante siglos. Hoy, los devotos, siguen confiando en estos rituales, pero la ciencia y el racionalismo apuntan a otras direcciones, no compartiendo ideas milagrosas.

Por ello, no deja de extrañar que los agricultores, buena parte de los viticultores de Galicia, y entre ellos los de la Ribeira Sacra, confíen en vírgenes y santos para tener garantizadas sus cosechas.

Los datos facilitados días atrás por la Consellería de Medio Rural son contundentes, por no decir demoledores. Solamente el 20 por ciento de los gallegos que se dedican al cultivo de la vid tienen contratado un seguro agrario que cubra parte de los daños que pueda ocasionar un hecho catastrófico, como sucedió los pasados días 28 y 29 de abril, cuando dos días de helada arruinaron el 20 por ciento de los viñedos de la Ribeira Sacra, la mayor parte situados en el valle de Quiroga, aunque también sufrieron daños en zonas de Pantón, Brollón y Sober.

En la Ribeira Sacra están registrados 2.438 viticultores. Si extrapolásemos los datos facilitados por Medio Rural, que solo el 20 por ciento de las personas de este sector tienen seguro agrario, nos daría como resultado una cifra de 487 en nuestra comarca. Pero no, aquí hay menos de ese número que dispongan de una póliza aseguradora, pues desde la Xunta señalaron que la mayor parte de los viticultores con cobertura contra catástrofes están en la denominación de origen Rías Baixas. Desalentador, ¿no?

No sé si el desconocimiento tiene algo que ver en este asunto, pues hemos sabido que el Gobierno gallego dispone de una partida económica, en concreto de 4,7 millones de euros, con la que subvenciona el 22 por ciento del coste de contratación de una póliza de daños en el campo. Mientras los viticultores y los sindicatos agrarios reclaman declaraciones de zonas catastróficas y ayudas directas de la Administración, desde esta, con la boca pequeña, se dice que no las habrá. Hablan de créditos blandos y de beneficios fiscales para los afectados por esa terrible helada, al tiempo en que insisten en la necesidad de contratar seguros agrarios e incluso en la conveniencia de instalar algún sistema antiheladas, como hay en otras partes de España y de Europa.

Qué quieren que les diga. Si la forma de ganarme la vida fuese la viticultura dispondría de un seguro. Si lo tenemos en casa para cubrir posibles daños a terceros e incluso los que podemos padecer en nuestro hogar, y ello a pesar de que pasen años y años sin incidente alguno, cómo no se va a proteger con una póliza aquello que de lo que vivimos, de lo que dependemos.

Sí. Es cierto que los seguros agrarios no cubre el cien por ciento de los daños, pero siempre será mejor contar con algo, por poco que sea, que no disponer de absolutamente nada.

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