Opinión

Tejer los recuerdos

Cuando a cierta altura de los años desentierras tus recuerdos, lo que aparecen son destellos. Fogonazos de aquí y allá, casi siempre de un tiempo idílico lejano. Entre esos chispazos no hay más ligazón, más hilo conductor, que el sentimiento de quien busca, quiere o necesita volver sobre el camino ya andado. Es una forma de vivir. Si alguien ajeno pudiese contemplar esa recreación en una pantalla no encontraría un relato coherente. Tampoco lo es la vida. Esas imágenes que vuelven no se corresponden, probablemente ni de lejos, con la realidad de lo que hubo o sucedió . Qué importa. En todo caso, tu vida es lo que sientes y vives ahora. Qué más da que se corresponda o no objetivamente con lo experimentado en un tiempo pasado. Cuál es esa realidad. Lo importante, decía Walter Benjamin de Proust, es el tejer del recuerdo.

A la memoria contada, vivida, al pie de la lumbre no se le pueden aplicar filtros que discriminen. Lo importante es que permanezca en mí el relato de Andrés, que le reclamábamos una y otra vez, con su experiencia de encuentro con la santa compaña cuando regresaba de la feria con la tía Francisca por los montes de A Corda. El ruido de cadenas y huesos los acompañó todo el camino hasta el cementerio de A Ciadella. Allí se quedaron. No hubo ni hay nada que contrastar ni que pasar por tamiz alguno.

La luz y quietud de aquel campo de maíz que cruzabas de niño o los ojos que en el silencio de la madrugada cálida al despertar encontraste que te velaban, que te envolvían integrados en ti mismo, solo son contrastables en el tejer de tu recuerdo. Ulises vive porque es recordado. Hay una Penélope que teje de día y que, en la espera, desteje de noche.

Si ahora pretendes borrar la memoria y reencontrar el espacio y el tiempo en los ojos de aquella amanecida serás solo, sartrianamente, «ese objeto que otro mira y juzga». La vida es memoria viva de un espacio de luz, de una mirada que descubriste como la plenitud numinosa de un amanecer en el mar de las islas griegas o recibir las manos del hijo que arranca a andar. Es el tejer de esos recuerdos, lo que se transforma en vida y lo que hace posible la espera.

Nada tiene que ver todo o esto, ¿o sí?, con ‘La palabra de director’ de Pedro J. Ramírez. «¿Las memorias del periodista que nunca ha temido la verdad?». Como márketing vale. Más que memoria, una personal creación, que entendería como un tejer actual de los fogonazos del pasado que perviven en el hombre que fue y es director, veo en el libro la crónica de quien afrontó los temporales que pretendieron a cualquier precio que nunca contase su verdad. Es el relato periodístico de los hechos relevantes en un tiempo políticamente importante: el otro lado —el de las perversiones de todo sistema— de los incuestionables logros del felipismo y la monarquía juancarlista.

No es ni mejor ni peor la memoria que el relato periodístico. Esta ‘Palabra de director’ no es un tejer los recuerdos, quizás para que así nadie cuestione la crónica que viaja con Pedro J, sin concesión a los sentimientos hasta que cumpla cincuenta años en la condición de director.

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