Opinión

Santín, memoria e ilusión

GALICIA como sociedad, como país o como se quiera, tiene una deuda de reconocimiento a la persona de Enrique Santín. Nadie como él ha fomentado el encuentro y el asociacionismo entre los gallegos de la diáspora, especialmente en Madrid. Nadie como Enrique Santín ha creado tantas redes que comunican entre sí a los gallegos y que contribuyen a mantener abiertos los lazos de unión con la tierra de origen, con el "mito e realidade da terra nai". A este asociacionismo, a estas vías y oportunidades de encuentro se les debería prestar mucha más atención para contribuir a fortalecer y asegurar su permanencia. Galicia es un país que necesita sumar a los ausentes. Saberse una comunidad que va mucho más allá de un territorio, con el que todos mantienen una identificación profunda. Hay que cuidar este sentido de pertenencia. Hay que darle valor añadido, más allá de tópicos. Esos instrumentos que se le deben, en medida importante, al entusiasmo de Enrique Santín están ahí para ser aprovechados en interés del país, a presente y futuro.

Además del fenómeno único de la Orde da Vieira, que sigue convocando allí donde se reúne en cada capítulo a centenares de personas, a la inspiración de Santín se debe el asociacionismo de empresarios gallegos en el exterior o de profesionales del Derecho o la Medicina.

Con su hijo Enrique y con el director de El Progreso, Alfonso Riveiro, compartimos mesa y mantel días atrás en Lugo. Santín tiene mucho del espíritu de Montaigne: la tolerancia, el cultivo de la amistad como un valor supremo, el humanismo y el escepticismo. A sus 94 años, aunque él ya da la cifra de 95, es el ideal de un contertulio: experiencia y anécdotas por toneladas, cultura y un excelente sentido del humor. Añádase un amor, sin banderas de capillas o sectarismos monopolistas, a esta tierra y las vivencias de un largo y variado recorrido en los centros del poder en momentos de cambios y transformaciones. Es también éxito empresarial que demostró cuando se alejó de la administración pública. No es dato menor.

En la sobremesa de Lugo quedó patente, como otras veces, que el premio extraordinario que obtuvo al terminar Derecho en Santiago fue de justicia. Recita códigos como un opositor, aporta citas de sabiduría, diserta sobre la evolución histórica del Derecho o recita, y vive, poemas de Ramón Cabanillas. Como es de una frugalidad de asceta, en el tiempo que dura una comida se deja llevar por un recorrido de interés sobre personalidades que él conoció de cerca o volver sobre momentos políticos de interés. Tengo para mí que acierta en los diagnósticos que formula.

Esto iba, en el arranque, de ese reconocimiento de país que Galicia, la del propio territorio, tiene pendiente, tiene como deuda, con Enrique Santín. En el reparto de botafumeiros que la tradición dice que aquí se vino practicando, a Santín quizás le falten los hechiceros que esta tribu exige para que se reconozca en alguien la condición de bó e xeneroso.

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