Opinión

Reencuentro con los recuerdos

CUMPLIRÁ CIEN años el próximo día 8 y suma 185.730 seguidores en Twitter, donde se mantiene activo. Es una anécdota indicadora de su vitalidad y de la conexión con su tiempo. Nos aportó todas las visas necesarias Para salir del siglo XX. En unas urgentes Lecciones de la pandemia (Paidós), viejo, propuso "cambiemos de vida". Hay que mirar para adelante y no encerrarse ni en uno mismo ni en los espacios domésticos aunque busquen paralizarnos con el pretexto de muy vulnerables. Aprendamos de esta situación a vivir en lugar de pretender inútilmente entender el porqué de la pandemia. En este mes de junio aparecieron dos nuevos libros suyos, Lecciones de un siglo de vida y Los recuerdos vienen a mi reencuentro, sin traducir todavía.

Edgar Morin es hoy probablemente la memoria viva más lúcida del siglo XX y la mayor representación del intelectual al que nada le es ajeno. Así surge su pensamiento complejo. Sus ensayos y trabajos de investigación muestran la amplitud de su campo de atención.

Ni soy yo el capacitado ni es ocasión para entrar en la complejidad de la obra de Edgar Morin. Pero su centenario, que recordaron Joan de Segarra o César Antonio Molina, trae al reencuentro recuerdos de sus obras más literarias o sus ensayos más generales. Apunto un par de ejemplos, que estoy seguro no citó quien en Cantoblanco, Comillas, nos descubrió al pensador francés. La relación, inversamente proporcional, entre la marcha de la economía y el tamaño de los pechos de las estrellas cinematográficas. Sociología pura. O, a ver cómo lo cuento hoy para que no se vea machismo en lo que se vestía de antropología, ¿o no?: indicadores anatómicos para el ojo sobre capacidad sexual.

Regreso a principios de los setenta, la inicial lectura de Diario de California. Es el journal de una estancia como investigador en La Jolla, cerca de San Diego. Es sobre todo el testimonio del impacto ante una auténtica revolución en el vivir desde los campus universitarios a la propia sociedad estadounidense. Conoció lo que podemos llamar felicidad. La transmite. La que tuve aquel invierno en Argüelles cuando lo descubrí en compañía de Xoán, el amigo que se me fue.

Otra delicia y una originalidad de relato es Vidal y los suyos (Galaxia Gutenberg). Es, si se quiere decir así, la biografía de su padre, un judío sefardí que soñaba con vivir en París y allí llegó por imposición de los hechos. Un personaje. "Soch ben amenu?" (¿Sois hijos de nuestro pueblo?), una frase para identificarse que le pronunció en Málaga el dueño del hotel en el que se hospedaba, cuando Vidal quiso visitar Sefarad. También aquel sefardí había peregrinado por varios países hasta instalarse en Málaga, como un regreso al origen. Vidal volvió a Salónica. Ya nada era igual. No pudo identificar el lugar de la casa y la calle en donde había nacido. Viajó a Israel, como cumplimiento de una llamada. Y, a los 75 años cuando empiezan todas estas excursiones, después de que su hijo Edgar percibiese que la vejez llamaba a la puerta de su padre, se decide a subir al avión y viaja a California. Allí convive felizmente un tiempo con su hijo. Y regresará.

Edgar decidió que su padre descansase frente al Mediterráneo.

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