Opinión

Peligroso

EL REFERÉNDUM de Cataluña, el Brexit o las elecciones de Estados Unidos, con la victoria de Trump, son acontecimientos en los que los medios de comunicación estuvieron expuestos a "mentiras que nada tienen que ver con la realidad". Lo contaba Paco Rosell, director de El Mundo, en una intervención en los cursos de verano de El Escorial. Pudo haber añadido a esas circunstancias de riesgo el actual momento para la investidura de Pedro Sánchez. El esfuerzo de credibilidad que se le exige a los medios está aquí ante una oportunidad, y una obligación, para discernir ante la ciudadanía esta ceremonia de la confusión a la que asistimos: el diálogo, presunto, entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. O la negativa de Albert Rivera a hablar. Es Pablo Casado el que aparece como más responsable, después de los excesos radicales que marcaron su campaña.

Las noticias falsas existieron siempre. Las intoxicaciones pertenecen a la propia esencia de la actividad política. A los medios corresponde diferenciar entre lo real y lo que es únicamente interesado. Si los gobiernos van a perseguir las fake news, cómo creer aquí que hay voluntad de formar gobierno cuando las versiones que se dan de la negociación para constituirlo son absolutamente contradictorias. Son modelo de falsedades.

Las versiones opuestas hacia la opinión pública se producen incluso mientras están reunidos. Un ejemplo: ¿pidió o no ser vicepresidente Pablo Iglesias?

No hay diálogo. Diálogo es disposición a escuchar al otro y a concordar con él. No hay negociación alguna. Estamos ante una gran mentira: una escenificación que pretende atribuir al competidor la responsabilidad de ir a una nueva convocatoria electoral. La frivolidad de que se nos vuelva a llamar a las urnas es un fracaso de los políticos y no de los resultados plurales que dan los votos ciudadanos. Si tres meses después de la celebración de las elecciones no se ha avanzado para conformar los apoyos necesarios para investir presidente, significa que ese no es el objetivo prioritario. Priman los intereses partidistas que ven una hipotética ventaja en una repetición de las elecciones: la eliminación del competidor dentro del propio espacio ideológico.

Michel de Montaigne escribió que no debe contarse con la lealtad entre unos y otros hasta que no se ha adoptado el último sello de garantía. Pudieran aplicárselo los presuntos negociadores. Pero es sobre todo una advertencia que podemos y debemos considerar los ciudadanos. Estas escenificaciones de negociación son una expresión de deslealtad de las cúpulas partidarias con los electores. Montaigne dejó escrito también que "el momento de parlamentar es peligroso". En ello deberían reparar —en el riesgo de engañar a la ciudadanía— quienes en la dedicación al servicio público anteponen intereses personales o estrategias de partido a los generales.

No hay alternancia bipartidista y toca a todas las formaciones, sobre todo a los que obtuvieron mayor representación, gestionar la actual realidad multipartidista. Una responsabilidad que alcanza también a Albert Rivera, aunque pretenda presentar como un ejercicio de coherencia su negativa a sentarse de nuevo con Pedro Sánchez.

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