Opinión

La banda que escribe en futuro

Hay que atreverse a la tarea de escribir torcido como lo narró Weingarten o los clásicos cronistas españoles

LAS PROFUNDAS transformaciones que acompañan a este inicio de milenio cogen de lleno a los medios de comunicación y muy especialmente a la prensa escrita. Los cambios son radicales en el acceso y transmisión de la información y han de serlo en la forma de contarla.

Algunas explicaciones de este nuevo tiempo están en el paso de la sociedad industrial a la digital: de la rotativa y el coche de distribución, a la digitalización y la distribución en red; la globalización que en su aplicación a la información permite el acceso y la distribución desde cualquier parte y por millones de operadores; la profundidad de la depresión económica que sirve como excusa, bajo oropeles de ciencia, para imponer el pensamiento único de una ideología e intereses de fondo. El objetivo es liquidar el modelo de estabilidad social y política, de bienestar, que marcó la Europa de la postguerra. Esta depresión en la prensa supone caídas significativas en la facturación de publicidad, además de caídas en ventas por la pérdida de poder adquisitivo de amplias capas sociales y como consecuencia del acceso a la información por las nuevas tecnologías. La liquilización del modelo económico y social de la Europa que siguió a la Segunda Guerra empezó a finales de los ochenta y continúa ahora revestido como única medicina que recetan en Bruselas para salir de la crisis.

Las elecciones del día 24 forman parte, en el grado que se quiera, de la realidad de los cambios político-sociales y de la demanda de los mismos. Casi todo está en cuestión.

En el periodismo hubo quienes vieron en aquellas décadas de los sesenta y setenta que las formas tradicionales de hacer un reportaje o una crónica no valían

1 .No nos moverán

Los años sesenta del pasado siglo fueron también de profundos cambios sociales, culturales y políticos. La sociedad, incluso la española bajo Franco, se puso patas arriba. Hubo encierro y cierre por decreto hasta en la Universidad de Santiago. El ‘Diario de California’, de Edgar Morin, es un testimonio desde el epicentro del terremoto: el fenómeno hippy, las comunas, el ecologismo, las sectas místicas, la hierba, los ácidos, el amor libre, Wilhelm Reich y ‘La función del orgasmo’, Marcuse como guía de los movimientos estudiantiles, ‘Eros y civilización’ y ‘El hombre unidimensional’, el marxismo, la mirada hacia la India, Katmandú como la nueva Meca, múltiples objetivos y referencias para una nueva sociedad. La estancia de Torrente Ballester como profesor en EE.UU. coincidió con ese proceso. Y más de una referencia dejó escrita en sus Cuadernos. ‘La isla de los jacintos cortados’ es aquella universidad a la que pudo y hubo de marchar Torrente desde España.

Morin deja expreso, rico y atractivo testimonio de que allí estaba en marcha la revisión del mundo. Puede decirse que es el diario de alguien que fue feliz durante los meses que, lejos de París, vivió en California invitado para estudiar la revolución biológica. En los campus universitarios y en la sociedad había otra revolución que le interesó y en la que se metió. Su experiencia es la del contacto con un cambio en la manera de vivir, que le aportan componentes de plenitud, paz e intensidad. En aquellos años sesenta se movió hasta la Iglesia católica que celebró un concilio para «adaptar el mensaje a los tiempos». Tampoco ha de sorprender, Pío IX había visto en el ferrocarril la máquina del infierno.

En el periodismo hubo quienes vieron en aquellas décadas de los sesenta y setenta que las formas tradicionales de hacer un reportaje o una crónica no valían. Emergieron los Tom Wolfe o Gay Talese, por citar dos nombres traducidos y difundidos ampliamente en español. E incluso se sumaron plumas consagradas ya en la literatura, como Truman Capote y Norman Mailer (‘Superman va al supermercado’, en Esquire, como novedad en el contar el cambio que venía con Kennedy). Marc Weingarten escribió esta historia en ‘La banda que escribía torcido. Una historia del nuevo periodismo’ (Libros K.0.). Wolfe tenía razón: aquellos periodistas ascendieron en la jerarquía literaria. Y no sólo eso, consiguieron para el negocio sumar lectores.

2. Un nuevo relato

El actual cambio en la transmisión y elaboración de la información con las nuevas tecnologías,- esos sorbos rápidos e instantáneos del tuit-, coinciden en el tiempo con la recuperación editorial de los clásicos cronistas, algunos olvidados del todo, que despiertan el interés de las nuevas generaciones de lectores. Los libros de Julio Camba o Chaves Nogales están en primera posición en los estantes de las librerías. La recuperación este año de las crónicas que Augusto Assía escribió para La Vanguardia desde Londres bajo los bombardeos nazis no figuraba en la previsión de los cambios radicales a las que asiste el relato periodístico. La escritura del nuevo periodismo latinoamericano, que puede representar Leila Guerriero, marca tendencia, señala dirección para el periodismo que se elabora y se escribe con el objetivo de contar algo, de enfocar desde otro ángulo y dar satisfacción a quien lo lea.

El sorbo de la información y los contenidos por el teléfono, el ordenador o la tableta no resuelven la necesidad de ampliar y profundizar en una noticia, en su contextualización y su análisis

El sorbo de la información y los contenidos por el teléfono, el ordenador o la tableta no resuelve la necesidad de ampliar y profundizar en una noticia, en su contextualización y su análisis. El viejo artículo de opinión ya lo han enterrado los telepredicadores de tertulias en radio y televisión. Pero ni el tuit ni la tertulia cubren la necesidad de informarse en profundidad, salvo que pretendamos y defendamos una sociedad desinformada mediante un incensante incremento de caudal de titulares y gritos que, como el viejo liberal Jean François Revel denunció, es ruido desinformativo. En definitiva, hay que atreverse a la tarea de «escribir torcido», como lo contó Weingarten de aquel «nuevo periodismo». Como lo demuestra el actual éxito editorial de aquellos corresponsales españoles de las primeras décadas del siglo XX. Contar más y de otra manera. Y aportar placer en la lectura. Esta fase diferente, para el acceso y ampliación de la información, exige también ahora que se cuente de otra manera. Eso que hace Tallón con su crónica del fútbol los lunes en El País. Lo que apasionadamente escribe Olarte en la última de El Progreso los domingos. El sabroso revuelto que Jaureguizar cocina los sábados con la cultura. Lo que Enric Juliana hace con la política española en La Vanguardia o Caetano Díaz en El Correo. La didáctica y la seguridad de Julián Rodríguez con la economía o Lugilde con la política gallega en este periódico. Lo que de ámbitos locales escriben Carmen Uz, Luis A. Rodríguez o Pablo Villapol. Seguir la ruta de aquellos que se atrevieron a contar de otra manera. A los que volvemos a leer. La originalidad de aquellos cronistas españoles de la Europa de entreguerras, que hoy se siguen editando, vendiendo y leyendo con placer. No hay mejor periodismo escrito para contar cómo impacta en la sociedad europea el inicio de la Primera Gran Guerra que los diarios que un Gaziel estudiante escribe desde París y publica la prensa catalana. Como, salvadas las convulsiones, el acontecer de ‘El portalón’ que abre María Piñeiro o ‘Que parezca un crimen’, de Manuel de Lorenzo, ambos en El Progreso.

Comentarios