Opinión

Índice de prohibiciones

¿Vuelve el aquelarre de las brujas de Salem?, se preguntaba Caetano Díaz en sus Cartas asombradas del pasado domingo. La negativa de cuatro importantes editoriales a publicar las memorias de Woody Allen justifica la pregunta. Pide reflexión. Las amenazas a las libertades con el recurso de la presión social se podrían estar colando, vestidas de ropajes de dignidad, en medio de la defensa de valores y derechos, y en la legítima denuncia de abusos de todo tipo. 

Las empresas editoras rechazan las memorias de Allen por temor a un "boicot social generalizado". Amazon no estrenó A Rainy Day in New York, que había producido con el cineasta. La multinacional argumenta ahora, ante la demanda del director neoyorquino, que este saboteó la promoción y el estreno con sus comentarios sobre #MeeToo. El dinero es temeroso hasta extremos inimaginables. O, incluso, a veces se suma silenciosamente contra las libertades. 

Las empresas editoras rechazan las memorias de Woody Allen por temor a un "boicot social generalizado"

Las reacciones que llevan a acciones colectivas no se caracterizan por la decisión libre y reflexiva de quienes adoptan ese comportamiento. Frente a la corriente dominante del silencio, Caetano Díaz expresa el temor a que "el fuego del miedo social lo calcine todo, sin importar lo que sentencie la Justicia". Arthur Miller en Las brujas de Salem dejó constancia del horror de la venganza y la represión. Produjo la obra hace un par de años el Centro Dramático Nacional. Está de actualidad. Es el temor y el miedo que puede imponer un grupo. Aquella caza de brujas del senador McCarthy, hacia la que apuntaba directamente la denuncia del dramaturgo y guionista norteamericano, se nutría de ideología reaccionaria y totalitaria. Lo que hizo McCarthy era homologable al comunismo soviético, que el senador tenía como obsesión persecutoria. Lo encubría bajo defensa de los auténticos valores estadounidenses: libertades ciudadanas. Nada que ver lo uno con lo otro. Era totalitarismo, alimentado en temores y sentimientos primarios. Era, como tantos ejemplos que conocimos en España, política censora, represora y de persecución. No la justifica la razón o el pretexto en el que busca legitimarse. 

Woody Allen pudo tener comportamientos con menores que repugnan. No hay condena judicial. Inocente ante la Justicia, no se justifica la intromisión en su vida personal, con el objetivo de impedir la difusión de su obra cinematográfica o literaria. Son prácticas inquisitoriales. Caza de brujas. Asistir a la proyección de una película de Woody Allen, incluso disfrutarla, no presupone aprobar su vida privada. Volvamos a ejemplos del pasado y preguntémonos si se puede decidir hoy, en una sociedad abierta, retirar de la circulación Lolita, de Nabokov, que ya conoció la censura. Otros podrían venir, de nuevo y con el mismo argumento, a pedir la prohibición de O Divino Sainete, de Curros, como ya sucedió en su tiempo y bajo el franquismo. La retirada de una obra de arte en una exposición o en un museo por el rechazo de grupos sociales al autor o al contenido de la obra equivale a aquellos rezos y manifestaciones de ultras políticos y católicos ante las salas de cine en las que se exhibían las primeras películas que los grupos bien pensantes no toleraban o que habían sido prohibidas por el franquismo. 

¿Vamos a un nuevo Índice de libros, películas y comportamientos, aunque no lo dicte la Inquisición, una organización pía y reaccionaria o una congregación vaticana? Puede haber indicadores suficientes para que nos lo miremos.

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