Opinión

El elegante Arsenio

ARSENIO IGLESIAS, el entrenador, el Bruxo de Arteixo, fue y es un mito incluso para quienes el fútbol nos resulta indiferente. Se le reconoció como sabio y humilde. De un par de ocasiones, hace muchos años, en las que tuve oportunidad de coincidir con él, concluí que vestía un auténtico humor galaico, como para que lo estudiase Celestino Fernández de la Vega, el autor de ‘O segredo do humor’. Es un ensayo que conviene no dejar de leer. El humor sin la inteligencia es improbable.

La culpa de mi desinterés por el fútbol se le debe a las gafas, a una infancia con una uña encarnada en cada pie, que convertía en tortura una patada a un balón. Luego vino un toque de pose política juvenil frente al franquismo. Algo ridículo, visto después. El fútbol era el opio del pueblo con Franco y continúa como opio legalizado en dosis mayores. De todas formas veo algo positivo en el desinterés: me ahorra disgustos, prisas por llegar para ver un partido y aunque me prive de tema de conversación con el primero que encuentras, me deja tiempo libre para leer ‘Agua y jabón’, apuntes sobre elegancia involuntaria,  de Marta D. Riezu. Me lo envió una amiga a la que se le encendió acertadamente la luz, al menos por el placer que obtuve en la lectura, cuando encontró en el texto elogios y referencias múltiples a Pla o al jardín poco ortodoxo de Umberto Pasti. Le voy a proponer que viajemos a Marruecos, ahora que Pedro Sánchez nos hizo amigos, para llegar a Rohuna y descubrir el jardín que parecía imposible. Será un placer encontrarse con aquella arca de Noé de la flora autóctona del norte de África. Comparto también con la autora de ‘Agua y jabón’ y con la lectora amiga, la defensa de ciertos apegos personales en la vestimenta que se sitúan y permanecen por encima de cualquier moda y dan la medida de la personalidad.

La sorpresa vino cuando encuentro en el librito una afirmación que ni había sospechado nunca. Demuestra que me falta capacidad de observación. Entre quienes para la autora merecen el calificativo de elegantes figura don Arsenio Iglesias. Entre todos los elogios que escuché sobre Arsenio nunca figuró este. No sé si Bieito Rubido, que creo que le dedicó un libro, incorporó la elegancia al retrato de O Bruxo de Arteixo. Tiene toda la razón Marta D. Riesu. Aquel entrenador era una lección permanente de elegancia en sus declaraciones frente a la vulgaridad dominante. Cuando afirma que hay "mucho que decir y poco que contar", queda todo claro para una inteligencia mediana.

Con el impacto de este calificativo para Arsenio regreso a la mesa de una cena con un reducido número de comensales. Veo al señor de Arteixo. Era probablemente el más elegante de todos, ahora sí lo afirmo, aunque alguno de los asistentes supiese manejar la pala del pescado desde antes de dejar el biberón. Otro de los comensales no desentonaría nunca ni entre la más tópica elite bostoniana ni en un castillo de la campiña inglesa. Pero Arsenio es en sí mismo elegancia involuntaria. Elegante se es con independencia de la disponibilidad en la cartera para gastar en zapatos, pieza fundamental como tarjeta de presentación. 

La persona elegante lo es incluso con el pijama del Sergas, que sería el gran test para cualquiera. Quien se acordó de mí con ‘Agua y jabón’, seguro que superaría con creces la prueba de degradación que representa la imposición de ese atuendo hospitalario. Queda, eso espero, correspondido el agasajo.

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