Opinión

Y tapadas seguimos

HACE UNOS meses fui al museo arqueológico de Nápoles. Salí fascinada, claro, pero también con la mosca detrás de la oreja. ¿Desde cuándo arrastraremos tantos tabúes sobre el cuerpo femenino?, acabé preguntándome. Y es que en ese templo del arte clásico hay cientos de esculturas maravillosas, que prueban el dominio del cincel y un exquisito conocimiento del cuerpo humano, pero muy pocas de las deslumbrantes tallas desnudas eran femeninas. Algunas diosas, preciosas, pero poco más. El cuerpo masculino, en cambio, se recreaba con deleite y abundancia, como algo digno de ver y de admirar. Ellos son fuertes y bellos.

Me acordé entonces de la triste vida de las matronas romanas y griegas, sometidas a una moral estrictísima, y pensé en el alivio de vivir en otros tiempos, en estos en los que se supone que cada cual viste como quiere y hace con su cuerpo lo que mejor le parece.

Pero no, creo que me equivocaba en esa ilusa sensación de libertad. No todo está superado, por mucho que hoy en la calle sea más habitual ver la exhibición de cuerpos femeninos que masculinos.

La última prueba de que la mirada censora está alerta es la escandalera que algunos han montado porque Ione Belarra fue a un acto sin sujetador. Quizás sirva la exhibición de los pezones de la ministra para volver a recordar que toda red social va a vetar cualquier imagen de un cuerpo femenino si traspasa unos límites. ¿De pudor o cómo llamarles?

A lo mejor argumentan que se trata de evitar la instrumentalización del cuerpo femenino, pero no tengo yo tan claro que terceros tengan derecho a decidir qué puede o no puede enseñar una mujer.

Creo que ahora mismo disparan con vocación censora desde todos los frentes. Hay comités de evaluación que intentan imponer qué vale y qué no. Por el medio siempre suele haber un cuerpo femenino y la única forma de poder exhibirlo suele ser probar que es arte.

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