Un rescoldo de la memoria me sopla la vieja idea de que a Eta y su mundo no les gustaba mucho el Festival de Cine de San Sebastián. Había allí poca boina y demasiadas ideas, y también estrellas que despertaban en la gente más interés que su viejo y artificial mundo ideal de leyenda. Con el tiempo no les quedó otra que acostumbrarse y empezaron a usar la proyección que tenía el certamen. Era un buen sitio para ir a montar lío y pillar foco. Todo el mundo sabía, además, de la amenaza, así que me empezó a parecer que los discursos se medían y a las grandes figuras se les ponía escolta, no fuera a ser que su visita acabara en desastre. El miedo manda mucho y silencia muchas voces. Es una censura muy efectiva.
Me parece que ahora se le quiere dar la vuelta al calcetín y hasta copiarles un poco. Solo así me explico la escandalera que se está montando porque se proyecte un documental en el que se da voz a un terrorista. Que yo sepa, no es obligatorio verlo. Es más, que me conste, a nadie se le fuerza a ver la obra de un autor del que desconfíe. De hecho, el mundo está lleno de películas que no verá casi nadie y de libros que nadie abrirá nunca.
A mí me resulta cansina la ofuscación con el asunto. Me parece que a veces es sano ver las cosas con distancia y por eso me pregunto si estaríamos viviendo el mismo debate si el protagonista del documental fuera Bin Laden. Yo, desde luego, no quiero que nadie me niegue el derecho a ver una obra sobre el ideólogo del 11-S. Preferiría, claro, saber de antemano que es bueno, riguroso, pero sospecho que también vería incluso uno producido por la propia organización terrorista o por alguien que tienda a ser comprensivo con su extremismo. Temo poco acabar compartiendo el disparate y me da mucho más miedo que este fenómeno censor que no para de crecer, que le gusta tanto a los extremistas de todo signos, y que se empeña en querer decidir qué podemos ver y qué no debe estar nunca a nuestro alcance.