Opinión

Una tarjeta alérgica a la inflación

MI TARJETA se bloquea desde hace algún tiempo cada vez que la acerco al lector de pago del supermercado. Se obceca en que no quiere pagar. No seré yo quien más pueda quejarse en este país de lo difícil que lo pone todo la inflación, pero se ve que a ella, falta de costumbre, le da vértigo la posibilidad de acercarse al rojo. Me hace la jugada con tanta frecuencia que hasta está logrando ya ponerme nerviosa.

Menos mal, me digo, que no soy una de esas personas capaces de recordar lo que costaba una botella de aceite o una coliflor hace dos años, o hace diez. Si no iba a ser yo la que diera fallo y la cosa iba a ser peor. Y es que, aun siendo una desmemoriada, este fenómeno de precios disparados lo acapara todo, no hay tregua y parece que a veces somos ya incapaces de pensar en otra cosa.

Yo a veces intento jugar al despiste y trato de ignorar el cargo que, siempre a las malas, acaba asumiendo la tarjeta. Pero eso de hacerse el loco va a ser que no funciona y ya se me han descargado todas las ilusiones de solución con que arranqué el año, cuando nos bajaron el Iva y nos quisimos creer que las cosas iban a mejorar.

Hasta ahora yo iba tirando de ánimos. Miraba a los locales, veía que muchos seguían estando llenos y me decía que la cosa no podía ser para tanto, que si se veía a la gente consumir sería porque no estábamos en el fondo tan mal. Pero me cuentan, sin embargo, que hay trabajadores que, por ejemplo, ya no se permiten lo de salir a desayunar fuera de la oficina todos los días.

Ahora, aun sintiéndome una zoqueta, no paro de empezar a sumar nuevos temores, como que se nos dispare el paro o empiecen a faltar productos. Si, como tanto se dice, la gente ha recortado ya la cesta de la compra porque no puede permitirse lo mismo que antes, habrá productos que empiecen a sobrar y gente que no se necesite en las empresas, me digo inquieta. Espero que no lo veamos y que la tarjeta pueda con todo.

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