Opinión

Quitarse la mascarilla

Me reencontré con una amiga después de mucho tiempo y, pasado un rato, divertidas nos dimos cuenta de que nos contábamos lo que nos había pasado los últimos años apostillando continuamente si tal cosa había ocurrido antes o después de la pandemia, o incluso mientras, porque en aquel tiempo de vida suspendida también pasaron algunas cosas, claro.

Fueron unas pocas horas que me sirvieron para volver a pensar en cómo nos trastocó todo el covid incluso a los que no nos causó daños reales y también para volver a caer en la cuenta de que en realidad lo hemos dejado atrás ya como si no hubiera ocurrido nada.

En plena pandemia, yo era de las que en aquellos encuentros en Zoom que tanta vidilla nos dieron defendía ardientemente que aquello nos iba a cambiar, que nuestra vida social y nuestras formas de relacionarnos serían distintos después. Tenía entonces muy presentes historias como la de los japoneses, a los que llevamos media vida viendo en la tele con mascarilla, una costumbre que por lo visto les viene desde que hace un siglo tuvieron una mortífera epidemia de gripe que les enseñó a ser prevenidos. Cubrirse boca y nariz se convirtió en norma que han seguido a rajatabla muchos y sobre todo los más vulnerables durante cien años.

Pero yo me equivocaba y tenían razón quienes replicaban mis argumentos diciendo que la pandemia tendría que durar años y años para que nosotros realmente empezáramos, por ejemplo, a dejar de saludar a todo el mundo, incluso a los desconocidos, intercambiando besos en la mejilla.

Volvimos a los usos sociales de siempre y yo, que juraba que en invierno iba a seguir usando la mascarilla, me la quité y empecé a mirar con pena a quienes la llevaban, suponiendo que debían estar enfermos, en lugar de pensar que son listos. Y supongo que así, desoyéndome a mi misma incluso cuando sé que corren por ahí los catarros y la gripe, es como dejé que me pillara un virus de esos que te dejan hecha un guiñapo.

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