Opinión

El mundo de ayer

Me lo paso pipa releyendo periódicos antiguos, que con frecuencia me enseñan que la vida rueda siempre igual, sin que cambien mucho las cosas que nos importan. Y, de todos esos viejos diarios, mis favoritos son los de hace un siglo.

Cojo El Progreso de hace cien años y me paso la vida entre risas y perplejidades, sintiendo a veces que estoy en un Lejano Oeste como el de las películas. Y si alguien levanta la ceja, no le digo más que hace justo un siglo se contaban aquí los tiros contra un tren en Sarria, disparados por alguien que perseguía al convoy hasta darle plomo al furgón de cola. O que se narraba una revuelta en Piugos por el reparto de un monte comunal. Qué pena no haber tenido por aquí a un Howard Hawks que nos retratara a aquellos lucenses, porque creo que sería una película que no me cansaría nunca de ver.

Y también me suena todo un poco a Lejano Oeste porque hay además en esos periódicos mucho del relato de un mundo en construcción, de una ciudad que se iba haciendo poco a poco, que vivía las fiestas de sociedad como quien ha alcanzado tras soñarlo mucho la sensación de poder vivir en un paraíso de refinamiento, o que ya puede comprar aquí casi lo último de lo último a unos comerciantes y nuevos burgueses que van aprendiendo a quejarse de la sangría que les hace el Gobierno con los impuestos. Y claro, hay pobres, y hay clases obreras que aspiran a un mundo mejor y se van organizando... No falta nada.

Vista esa debilidad mía, era inevitable que me quedara atrapada por el libro de Julio Reboredo sobre el alcalde Ángel López Pérez, en el que se ensancha la panorámica sobre ese mundo nuevo y se asoman algunos personajes fascinantes.

Me gustaría pensar que si a alguien le da por leernos dentro de un siglo tendrá la sensación de que también había en este momento un mundo fascinante en construcción, gente cuyas historias aún merezca la pena leer y obras que aún tengan sentido.

Comentarios