Opinión

Unas reflexiones de Gracián

Observando las tendencias centrífugas de nuestra sociedad política que muchos impulsan y favorecen, es bueno de vez en cuando mirar hacia el pasado para ver cómo fue el comienzo de nuestra comunidad peninsular. He releído estos días el delicioso opúsculo de Baltasar Gracián escrito en 1640 con el título El político don Fernando el Católico.

Escribe al principio el autor: "Opongo un rey a todos los pasados; propongo un rey a todos los venideros: don Fernando el Católico, aquel gran maestro en el arte de reinar, el oráculo mayor de la razón de Estado".

Después, cuando hace el planteamiento de la obra, refiere con sagacidad y describe la heterogeneidad en la que descansa el ser de España: "Hay también grande distancia de fundar un reino especial y homogéneo dentro de una provincia al componer un imperio universal de diversas provincias y naciones. Allí, la uniformidad de leyes y un clima, al paso que lo unen en sí, lo separan de los extraños. Los mismos mares, los montes y los ríos le son a Francia término connatural y muralla para su conservación. Pero en la monarquía de España, donde las provincias son muchas, las naciones diferentes, las lenguas varias, las inclinaciones opuestas, los climas encontrados, así como es menester gran capacidad para conservar, así mucha para unir".

Así ha sido siempre y esa diversidad es nuestra característica, es lo que define del ser de España. No es algo de hoy, ha sido siempre así, porque la composición de nuestra realidad política y social es esa.

El reto de los gobernantes de hoy es entre nosotros mantener lo que de tal manera fue compuesto, que tiene su mayor riqueza en la diversidad. Los minimalismos egoístas tienen muy poco mérito, aunque tantos estén embarcados de una y de otra manera en andaduras de ese tipo, tan estériles como contrarias a la obra que persiste cinco siglos después de ser alumbrada con los auspicios del gran rey de Aragón al que se refiere la obra a la que he hecho referencia.

No hay pues pasado que pueda ser reivindicado por quienes pretenden deshacer lo que fue tan difícil de componer. No se puede defender una porción agrediendo al todo, como sucede con los proyectos que andan paseando por ahí tantos que no tienen capacidad para entender en qué tiempo estamos. Es incomprensible que en la globalización se anden reivindicando relatos e historias que ya son solo mitología.

Solo merecerán la calificación de estadistas los que con prudencia, pero con firme empeño, asuman sin complejos el objetivo de conservar y seguir fortaleciendo la obra secular que Fernando el católico, junto a Isabel, gestó hace quinientos años. Y no hay alternativa buena. Ninguna.


 

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