Opinión

La memoria democrática

LA REVISIÓN de la historia española del pasado siglo sigue siendo objeto de infatigable labor y entusiasta dedicación, acaso porque alguien piensa que una versión de lo que pasó, consistente en una síntesis de los sentimientos de los que se reclaman como víctimas o descendientes de ellas, formalizada con la perspectiva de hoy, puede incomodar al conservadurismo y rendir algún rédito a los que se identifican de palabra con el progreso. Y ya fatiga un poco la cosa.

Estos días he estado en Murcia, y he leído en la prensa local que el futuro del trasvase Tajo-Segura, o sea, de la infraestructura "franquista" que convirtió al sudeste sediento en huerta feracísima, aumentando espectacularmente la producción agraria, y con ella la renta de las gentes, tiene un futuro bastante negro.

Desde hace tiempo, más acusadamente en los periodos de gobierno socialista, cada autorización de uso del trasvase ha sido objeto de polémica. La alternativa que se propone al acueducto es la de siempre: las desaladoras.

En un país con notable y creciente déficit hídrico en zonas extensas del territorio, el aprovechamiento óptimo del agua debe ser un verdadero objetivo nacional, utilizándola allí donde más se necesita, claro está, según orden de preferencias.

Cabe preguntarse entonces si el trasvase citado fue una obra buena y conveniente, y para ello, es menester conocer sus efectos, que parece que fueron y siguen siendo muy notables para el sector primario, y también para la actividad industrial derivada de él, como la conservera.

Cavilando sobre todo ello, pensaba yo que la memoria del pasado no merecerá ser considerada historia, si no considera toda la realidad, si no maneja honestamente las visiones y las versiones de unos y otros protagonistas, si no oculta hechos. La memoria sesgada no es más que una superchería de tribu, un relato escrito con mano servil, un cuadro pintado con brocha gorda para justificar desahogos y ajustes de cuentas con los que ya no están.

Más memoria. En este tiempo, hay que pedir perdón por todo. Recuerdo como explicaba Hugo Chávez su hipótesis de la reacción que los indios caribes debieron experimentar cuando coincidieron con los españoles que les hablaban en una lengua que no entendían y disparaban sus arcabuces. Y hemos escuchado, no una vez, sino varias, al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador —de apellidos notablemente aztecas—, decir que el rey de España y el Papa tienen que disculparse por los abusos cometidos por los españoles durante la conquista del actual México. No me resisto, quien debería disculparse es él, porque los españoles que estamos aquí somos descendientes de los que no fueron al nuevo mundo, y los que según este querulante personaje abusaron fueron sus propios ancestros.

Con ocasión de unas palabras del líder del PP esta semana aludiendo a los que querían una democracia sin ley frente a los que querían ley sin democracia, han vuelto a salir, bueno, realmente llevan mucho tiempo sin recogerse, los esforzados valedores del régimen republicano de 1931, recordando que este era un régimen legítimo, y que los alzados fueron golpistas.

Pues eso es lo que hay que contar, y no dejar nada en el tintero. Por ejemplo, que un régimen en el que un líder parlamentario como era don José Calvo Sotero, con flagrante quebranto de su inmunidad parlamentaria, fuera inicuamente detenido de madrugada en su domicilio por individuos de la estructura de las fuerzas del orden gubernamentales, asesinado vil y cobardemente y arrojado su cadáver en la puerta del cementerio es bastante cuestionable que retuviera mucha legitimidad. Sí, retirar su nombre de calles y placas, e intentar excluir ese hecho de la memoria democrática, no es sino reducir esta a un pobre ensayo panfletario. Calvo Sotero, diputado por Ourense en las elecciones de 1936 por resolución de la Comisión de Actas que se lo adjudicó frente a Alexandre Bóveda, tenía legitimidad democrática como representante popular. De ahí que la ausencia en su sepelio, no solo de los integrantes del Gobierno que brillaron por su ausencia, sino del presidente de las Cortes, fue un dato revelador de lo que en aquellos días sucedía.

En fin, para memorias parciales en las varias acepciones del término, entiendo que es preferible la desmemoria, qué quieren que les diga.

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