Opinión

Libertad de avasallar

ES BUENO conocer cómo entienden algunos sus libertades. Y aunque muchos tienden a abusar de ellas si no se les pone coto, lo cierto es que hay actores de la vida pública que entienden que quien les impide sus excesos, les reprime. Probablemente el Nodo independentista en que se han convertido TV3 y Cataluña Radio anima tanto que se han creído su prédica. Y así estamos.

Resulta esclarecedor lo acaecido en el claustro de la Universidad Central de Barcelona celebrado el pasado 20 de julio, en el trascurso del cual, la patulea independentista desplegó sus habilidades coercitivas para amedrentar al catedrático D. de Filosofía del Derecho Ricardo García Manrique, sin que el rector Joan Guardia, que es catedrático de Metodología de las Ciencias del Comportamiento en la facultad de Psicología, experto en estadística y en el estudio sistemático de la conducta humana, cuyo amparo impetró el avasallado, hiciera otra cosa que referirse a la libertad de expresión y a la cortesía académica.

¿Qué debe ser la libertad de expresión para este académico y para los que participaban en el claustro? García Manrique fue tildado públicamente de fascista y colono por otro docente, ya que fue uno de los profesores que impulsó un recurso judicial contra un improcedente manifiesto a favor del procés que se resolvió estimándose la demanda. El fin perseguido al llamarle fascista y colono era violentarlo, condicionarlo y acallarlo, y al tiempo avisar a los que no aceptan las tesis de los que se comportan como orates de una ensoñación que formulan como verdad catalana única y verdadera. Pocas veces he conocido una invocación de la libertad de expresión menos justificada, sobre todo si se atiende al límite de ella que todos reconocen: la libertad de expresión no es libertad de insultar, y en el contexto del acto en el que tuvo lugar es patente que llamar a alguien colono era insultarle.

En el intento de imponer sus tesis, en todas las esferas de la vida social, el independentismo presiona sin contención alguna, creyendo que así la impresión que puede resultar es la de que existe una amplísima mayoría a favor de sus tesis. Ninguna institución, colegio profesional, asociación o sindicato, ni cualquier otro tipo de foro, sea de la clase que sea, queda al margen de la acción militante de los independentistas, muchas veces exitosa por la forma en que se lleva a cabo y no pocas por el aquietamiento de los muchos que no piensan como ellos, y el resultado va siendo en demasiadas ocasiones el que pretenden los activistas, lamentablemente.

Cuando los independentistas se reivindican como gente pacífica, ¿a qué se refieren? Hay violencias que no utilizan la agresión física, pero también constituyen violencia, y muchas veces son más eficaces. Esa la practican constantemente, vulnerando cuanto sea preciso para sus objetivos. Y los que están en puestos de poder abusan de él al margen de cualquier exigencia democrática, y reaccionan de forma intolerable al control judicial de sus excesos cuando vulneran el ordenamiento. Originales no son, faltones y provocadores, a pesar de su reclamado pacifismo, sí. Piénsese en la anécdota estos días del minúsculo retrato del Rey situado en una pared lateral del espacio por decisión de la regidora municipal, señora Colau, no independentista pero compañera de viaje, que así cumplió la sentencia judicial que declaró que era obligado con arreglo a la ley que la efigie del jefe del Estado estuviera en lugar destacado del salón de plenos de Ayuntamiento de Barcelona, un remedo de la banderita nacional casi en miniatura que hace unos años un diputado general de Guipúzcoa de la izquierda abertzale colocó en la fachada para cumplir la decisión judicial que declaraba que la bandera de España, con arreglo a la ley, debía ocupar lugar preferente en el balcón del edificio.

Todo muy democrático y pacífico, pero insumiso a los mandatos judiciales y contrario a las normas esenciales y más elementales de ciudadanía, exigibles desde luego a quienes ostentan cargos públicos, porque si ignoran la ley en lo que no les gusta, aunque no lo lleguen a entender, cuestionan su autoridad toda. Y, por cierto, eso no se arregla colocándose una mascarilla con la bandera republicana,como hizo la pintoresca señora Colau, hecho que debe ser calificado de boutade necia.

Los fervores independentistas son muy activos, y tienen un tic impositivo. Recuerdo que en los comienzos de todos estos procesos —no ha sido uno solo por desgracia— y nadie se debió engañar, cantaban la gallina desde el principio en el sentido de que la autonomía iba a ser utilizada no para fortalecer nuestra comunidad sino para quebrarla —quienes no quisieron verlo y lo negaban espero que ya se hayan percatado de que tenían la vista mal graduada—. Recuerdo, digo, que un año en la década de los ochenta la guía judicial que editaba y publicaba anualmente el Colegio de Abogados de Barcelona, en la que figurábamos todos los colegiados, apareció con los nombres de todos nosotros en catalán. En mi caso con el de Juli en vez de Julio. Hubo una reacción amplia y tuvieron que volver a publicar de nuevo la de aquel año unas semanas después con el nombre de cada colegiado en la lengua que deseaba. Nunca se supo quién había tomado la decisión, y que yo sepa no se exigieron responsabilidades a nadie.

En todo caso, lo pacífico —que no es solo la no utilización de la fuerza— y lo democrático afectan a lo cotidiano. Sí a lo de todos los días, que desde luego es lo que importa. Y lo saben, por eso si es menester atropellan.

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