Opinión

Las lenguas

En los últimos meses vienen sucediéndose, por llamarlos de alguna manera, incidentes que expresan maneras distintas de entender el plurilingüismo en nuestra sociedad.

Es una cuestión compleja y muy condicionada por actitudes predeterminadas. Y por sentimientos, hay que decirlo, todos y siempre respetables en esta materia.

En los años setenta del pasado siglo el profesor don Manuel Jiménez de Parga, que fue luego diputado, ministro, embajador, magistrado y presidente del Tribunal Constitucional, decía, lo dijo e clase de derecho político, que la mejor manera de solventar las cuestiones de esta índole, cuando los hablantes podían con certeza expresarse en dos lenguas, era lo que él llamaba ‘indigenismo lingüístico’, consistente en que cada uno de los que conversaba utilizará la lengua de su preferencia.

Es desde luego una solución, pero a la vista de lo que por ejemplo ha acaecido está semana con un repartidor que al parecer no dominaba bien los números en catalán, negándose el destinatario a repetírselos en castellano, con desenlace de no entrega por rechazo, con video de por medio, es patente que no lo es para todas las ocasiones.

Y es que la cuestión radica en la pretensión que tienen algunos, ciertamente no pocos, creo que equivocada y conflictiva, de que el hecho de que las lenguas españolas distintas del español o castellano sean oficiales en su respectiva comunidad implica tres cosas: que la lengua del territorio es la única lengua propia de la comunidad, que deben conocerla y hablarla los que viven en ella y que el español o castellano es en realidad algo ajeno, para algunos impuesto, y no debe hablarse si se es catalán, gallego, vasco, valenciano, balear etc. como es debido.

De alguna manera las instituciones de las comunidades con lengua territorial, y singularmente los ayuntamientos, contribuyen al equivoco al propiciar con sus usos y normas y con una lectura sesgada de sus respectivos Estatutos, la expulsión del español o castellano de la actividad de las administraciones públicas. No digamos los medios públicos de comunicación de esas comunidades , que exhiben y se recrean en un monolingüismo que no parece que esté justificado en los términos en los que se desenvuelve y que fomentan compulsivamente, atizando diferencias.

No. El catalán, el gallego o el euskera, no son a Cataluña, Galicia o el País Vasco exactamente lo que él francés a Francia o el italiano a Italia. Son más lo que es el aranés al valle de Aran, el provenzal a la Provenza o el siciliano a Sicilia. Y tienen nuestras lenguas territoriales más vigor y uso hoy que esas otras conocidas como dialectos, merced a su reconocimiento constitucional y estatutario, a un ingente esfuerzo presupuestario para su protección e impulso , y sobre todo, a su inclusión en los currículos de la enseñanza.

Ahora bien, esa política, la que ha fomentado vigorosamente esas lenguas, ciertamente españolas porque son patrimonio cultural de españoles es puesta de facto en entredicho por las actitudes beligerantes contra el español protagonizadas desde poderes autonómicos y municipales y por quienes pretenden imponer con exigencias ‘identitarias’ obligaciones de uso o interdicción de utilizar, en cualquier situación, la lengua franca y común que es el español o castellano. Por cierto según estos inglés si y castellano no. Pues utilizando una expresión ahora al uso, lo siento, pero me parece que va a ser que no.

Alguien escribió, que los enemigos de las lenguas son los que las prohíben y los que las imponen. Y es muy cierto. Porque la prohibición genera rebeldía y la imposición rechazo. Si se quiere imponer una y prohibir la otra, que es lo que algo más que subliminalmente ocurre en Cataluña, el resultado está cantado: el fracaso de esa política. Y el rechazo y el conflicto. Y estos conflictos son muy graves, porque están animados por emociones profunda.

Lo que haya de suceder no depende, mal que le pese a ERC, a Rufián, al siempre irritado Nestor Rego y su delirio galegorepublicano o al BNG más o menos moderado, si eso es de verdad posible, o a cualesquiera hablantes de lenguas minoritarias, de intentar imponer a Neflix o HBO cuotas de utilización de ellas cosa que no es posible legalmente, como apuntaba e mi anterior columna y ha quedado patente esta semana. Tampoco de dedicar millones de euros a doblajes. El futuro de las lenguas depende de sus hablantes y de su voluntad. Eso sí, con realismo: a estas alturas no hay política que pueda hacer que el euskera se convierta en una lengua mayoritaria.

Y no hay que olvidar que la lengua común de la sociedad española es hoy acaso nuestro mayor patrimonio, lo es en Europa, en América y en el mundo. Y España y los españoles, todos los españoles, debemos contribuir a su pujanza, que es mucha en la actualidad.

Son realmente patéticas, me lo han comentado amigos de otros países, algunas actitudes contra la lengua española protagonizadas por autoridades y ciudadanos guiados por otros fervores. Lamentable. ¡Quien tuviera un tesoro como el español! Cuantas veces me lo han dicho.

En fin, o esto se va reconduciendo —la inmersión lingüística tal como se ha planteado, impuesto y acentuado en Cataluña es un atentado a la libertad, un disparate y un abuso de poder, que viola el derecho de los padres y de los escolares a recibir instrucción en la lengua común— o, no lo duden, el conflicto será grave, y también el daño a los estudiantes, como por cierto se va viendo, por mucho que lo nieguen. De modo que ahora, y como mal menor es una exigencia, no solo legal, sino social y política que se ejecute la Sentencia que obliga a la Generalidad catalana a que adopte las medidas necesarias para que, en los centros públicos y concertados de enseñanza en Cataluña, el 25% de las asignaturas troncales se impartan en español o castellano. Esto es una cuestión de Estado de respeto a los derechos fundamentales de ciudadanos y de acatamiento a la Constitución, que no admite dilación ni incumplimiento alguno.

La galleguidad, impresa en mi alma, me suma gozoso a quienes deseamos mil primaveras más para a nosa lingua. Pero también siento que es un privilegio de todos los españoles y que somos muy afortunados por el hecho de poseer como lengua común de nuestra sociedad hispánica, de entre las lenguas románicas, la más hablada, que es el español o castellano.