Opinión

La dignidad del Estado

LA DIGNIDAD del Estado es un límite que debe observar en su desempeño todo gobernante. Nada justifica comprometer la dignidad del Estado. Como escribió nuestro contemporáneo José Saramago, el Nobel portugués, "la dignidad no tiene precio. Cuando alguien comienza a dar pequeñas concesiones, al final, la vida pierde su sentido". Así el ilustre escritor luso sintetizaba que la dignidad no es negociable.

Y la dignidad del Estado es un valor importantísimo, y es esencial para que nos sintamos orgullosos de ser sus partícipes.

Como somos una comunidad que a lo largo de mucho tiempo incorporó referencias religiosas a los principios de convivencia, es oportuno recordar aquí la máxima de San Agustín que reclamaba "unidad en lo esencial, libertad en lo dudoso o accesorio y caridad en todo". Tal máxima del Obispo de Hipona viene a concretar que lo esencial es indisponible. Y la dignidad del Estado es desde luego esencial y no puede ser afectada. Hay cosas que se sustraen a las decisiones del poder y a la oportunidad o conveniencia, y desde luego forma parte de ese acervo cuanto puede comprometer esa dignidad.

No hace falta citar lo dicho esta semana por Felipe González y por otros históricos socialistas. Cito no obstante a quien fue Presidente del Gobierno desde 1982 hasta 1996, porque su parecer, su juicio, su apreciación acerca de esta cuestión no puede juzgarse a la ligera. Su conclusión es contundente. La aceptación de un ‘relator’ o lo que sea y el diseño de la mesa de Partidos, degrada las instituciones, y lo que degrada las instituciones, si es impulsado por el Gobierno del Estado, afecta a mí juicio a la dignidad del Estado.

Escribe viernes en El Mundo Nicolás Redondo Terreros, en un sagaz y razonado artículo bajo el título ‘Cuando el diálogo significa sometimiento’ afirma que "es una bomba de relojería en las entrañas del PSOE aceptar la figura de un relator por la Vicepresidenta del Gobierno, para que lubrique las relaciones de los independentistas y el Ejecutivo, porque el Gobierno acepta de hecho reunirse en plano de igualdad con quienes han vulnerado repetidamente las leyes; pierde así —el PSOE— cualquier grado de legitimidad para seguir siendo un partido institucional". No lo digo ni lo he escrito yo, lo ha hecho Nicolás Redondo, un referente del Partido Socialista en el País Vasco y en la historia reciente.

Quien plantea el dialogo en términos de conflicto, y es lo que hace para cualquiera que sepa leer y escribir el independentismo catalán, que expresamente lo afirma reclamando que se reconozca el conflicto que animan sin desmayo, no puede ser interlocutor de un dialogo constructivo. Como he dicho y reiterado hay el dialogo posible que hay, y no hay más, y hay el conflicto inevitable y este hay que aceptarlo y sustanciarlo. Como lo que es, como un conflicto, y los diálogos en él, son otros, son diferentes, tienen otra cualidad.

Producía no sé si alarma o hilaridad escuchar a la Vicepresidenta Calvo esforzándose en justificar y explicar que el relator solo se ha aceptado en la mesa de partidos, no en la bilateral Gobierno Generalidad. Más allá de la dificultad expresiva que la caracteriza y de la confusión que exhibe en sus razonamientos, fue inútil su empeño.

Está claro. El numerito este del relator o ‘notario’ dicen también que de fe de lo hablando, estaba en el famoso papel entregado por el insurgente Torra, lo denomino así porque como tal actúa y se reclama por sus hechos, en el encuentro, dejémoslo como tal, que mantuvieron el Presidente Sánchez y él en Pedralbes.

Y , cada día más, poco a poco, pero sin cesar en el derrotero, el Gobierno del Estado, y otros, hay que decirlo, van asumiendo las formulaciones con los que los independentistas establecen sus tesis. Los conflictos políticos hay que manifestarlo alto y claro, hay que resolverlos en lo posible políticamente. Pero si en el curso del conflicto, quienes lo suscitan delinquen, hay que aplicar la Ley, y hay que enjuiciar a quienes supuestamente han delinquido. Y si así se declarara, las penas impuestas deben ser razonablemente cumplidas.

Como también he reiterado el Estado y su dignidad reclaman cuando con ocasión de un conflicto se altera o se violenta el orden institucional, primero restaurarlo. Y luego, una vez restaurado, no en curso la pretensión de la República catalana que se invoca por ejemplo.

Luego, vienen los diálogos. En español o castellano, en catalán o en lo que sea, pero luego. Se está llegando a un punto, que siendo la dignidad del Estado la de todos los ciudadanos que constituimos su elemento humano, es una exigencia de esa misma dignidad que alcemos la voz y reclamemos lo que ya es procedente sin excusa. Convocar elecciones generales.

He escrito, los que me leen lo recordaran, que la negociación de los presupuestos no puede hacerse respecto de las instituciones, cesiones de competencias y tantas otras cosas ajenas a las cuentas públicas. Nunca estuvo justificado lo que los Gobiernos anteriores, todos, hicieron al respecto, como he dicho en anteriores ocasiones. Pero ya, poner en cuestión la dignidad del Estado con el objetivo menor de aprobar unas cuestas estatales y poder seguir en el poder, eso es realmente inaceptable. Y nos afecta a todos. Y no denomino vomitivo a nada como hace el presidente del PNV respecto a lo que se está afirmado por dirigentes políticos del espacio constitucional. Parece que los inmoderados son los que siempre reclamaban moderación.

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