Opinión

La amnistía

Como Esquerra Republicana de Cataluña según expone Rufián, su vocero en la Cámara,  pretende, junto algún otro, que la Ley de Amnistía de 1977 mute, no se sabe bien en qué términos,  merced a la  Ley de Memoria Democrática, que debe ser la suya, su memoria digo, que está en trámite en el Congreso de los Diputados, ahora el progresismo parece que se va a recrear en denigrar esa norma que fue cauce de la reconciliación, y que, iniciado el nuevo tiempo democrático, fue aprobada con el apoyo casi unánime de los miembros del Parlamento, acogiendo la demanda que se escuchó en aquellos años en tantas manifestaciones que recorrieron calles y plazas: libertad y amnistía, reclamaban  en unas; libertad, amnistía y estatuto de autonomía, exigían en Cataluña principalmente.   

Así, la Ley de Amnistía de 1977, que complementó una anterior medida de gracia promulgada en 1976, fue entonces ciertamente un instrumento legislativo que facilitó la llamada transición.

Es verdad que quien  más la reclamó fue la izquierda política y el antifranquismo.  Lo sorprendente es que unos lustros después resultó que entendían, ignoro con que fundamento, que el perdón, eso es la amnistía, era solo para quienes teniendo responsabilidades exigibles no fueran ni franquistas ni conservadores. Vamos como si  fuera   una gracia ‘militante’, solo para beneficiar a unos. No debían saber que una Ley, salvo las calificadas como singulares —una categoría marginal y excepcional   de  norma de la que hablan los libros— tiene como nota esencial la generalidad. Una Ley que no es para todos, realmente no lo es, sencillamente.

Entre tanto, ya tenemos una nueva demanda de amnistía, la que demandan en Cataluña para los presos y exilados del proces independentista, lo que ha debido conducir a que metidos en harina y en la creencia de que son expertos en la materia, los campeones de la conjugación de los verbos solo en primera persona, hayan decidido que había que poner en solfa la amnistía de la transición. Lo que tenemos que aprender y lo que nos queda por ver.

Es probable que las amnistías sean como una murga propia de las crisis políticas. Tanto la movida de 1917, como la de 1934 tuvieron como corolario  sendas amnistías. La de 1934 fue  aprobada por  cierto  por la Diputación Permanente de las Cortes disueltas -alguien no hace mucho y pese a ello,  curiosamente ha escrito que ese órgano parlamentario no puede aprobar ese tipo de medidas- a pesar de ostentar la mayoría en ella los diputados de la Ceda y del Partido radical.

Podríamos concluir por tanto que estamos en crisis, porque las amnistías suelen acompañarla, pero no debe ser así. Quizás lo que sucede es que el proceso de revisión que vivimos ya ha trascendido  a realidades posteriores al  20 de noviembre de 1975, y que las predicas acerca de la eliminación del candado del 78 van teniendo parroquia.

Las objeciones de derecho a lo que proponen acerca de la ya lejana Ley de Amnistía de 1977 no importan. Ahora cualquiera las rebate con lindezas, ocurrencias y tonterías merecedoras de sonoras carcajadas, si no fuera porque ya va siendo seria la cosa.

¿Cuándo van a dejar el pasado en el pasado estas gentes? Es casi seguro que todo esto no importa a casi nadie. Molestar, francamente  molesta, y bastante, pero en el espacio público se ha perdido y todo apunta a que se va a seguir perdiendo mucho tiempo con todo esto.

No sé si aún hay que reconciliarse de algo, pero me temo que con estos mimbres no será fácil, si es que de verdad  es menester la manida reconciliación, o al menos eso me parece.

Ante acontecimientos como estos me planteo si es verdad aquello que escribió Benjamín Franklin, uno de los padres fundadores de los Estados Unidos: No hay mejor predicador que la hormiga, que no dice nada. Empiezo a dudarlo y muy en serio, se lo aseguro.

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