Opinión

El confinamiento

El único drama verdadero es la pérdida de tantas vidas, la acumulación de tanto dolor, el sentimiento de impotencia que despertaba en mí

EL ENCIERRO que hemos vivido todos los ciudadanos como consecuencia del confinamiento domiciliario de varias semanas ha sido un tiempo de reflexionar y observar mucho, y también una oportunidad de percibir muchas realidades, si no por primera vez, sí de manera diferente.

Algún parecido he apreciado con lo que recordaba de una enfermedad que me aquejó en la infancia, que me obligó a permanecer en casa durante semanas. Pero entonces el enclaustramiento era solo mío, y por una parte los familiares me mantenían en contacto con la realidad exterior que era la ordinaria y cotidiana, sin cambios, y de otra, desde la ventana podía percibir lo que acaecía fuera.

Los nuevos medios de comunicación no me han proporcionado la sensación que me brindaba la ventana a pesar que en aquel tiempo, era enero de 1961, la radio dejaba de emitir un poco después de la medianoche y la programación televisiva era muy breve, empezaba por la tarde con la carta de ajuste y concluía no después de las una de la madrugada.

Lo que más me impresionó de los primeros días fue el silencio y la limpidez del ambiente, mayor que la de un domingo de agosto, algo sorprendente en Madrid donde me sorprendió la declaración del estado de alarma. Esto es lo que más me ha perturbado y he añorado mucho mi casa de Monforte a la que no quise desplazarme por disciplina social, a pesar de tener en ella mi domicilio.

Viajero impenitente como soy, algún amigo me chancea diciéndome que a mí lo que me gusta es el vete y ven, permanecer en un lugar durante meses sin moverme, es lo que he llevado peor. Más que el hecho de no salir más que para alguna compra esencial.

En segundo lugar, me ha pesado mucho saber al ir a descansar un día tras otro que la siguiente jornada iba a ser igual que la que terminaba.

Sorprendentes han sido las innumerables llamadas que he recibido, de tal manera que muchos días no he dispuesto de tiempo para lo que me había propuesto hacer. Me agobiaron mucho las noticias, especialmente inquietantes en las primeras semanas, que informaban del colapso de los servicios hospitalarios y de la insuficiencia, especialmente dramática en la capital entre otras localidades, y del hecho, conocido entonces, de que en los establecimientos sanitarios podías no ser atendido, e incluso que para acceder a los cuidados intensivos si lo precisabas, se hacía un cribado en el que se valoraban medicamente tus posibilidades de superar la afección rechazándose a algunos pacientes.

No entiendo la sorpresa y la indignación que ahora se expresan por tantos, en particular por medios de comunicación, que entonces referían esos acontecimientos con muy poco comentario y ahora hablan y hablan del asunto como si no hubiéramos tenido conocimiento de ello.

Seguro que se han generado situaciones de necesidad que cualquier persona sensible no puede más que lamentar y sentir, aunque sorprende que sean tantas y tan apremiantes. Eso conduce a pensar que no somos nunca suficientemente conscientes de la realidad en ese terreno. También que no debe conducirnos a un cierto pesimismo generalizado.

Creo que la serenidad no ha caracterizado a la sociedad en su conjunto, y la actitud serena es la reacción más necesaria en la adversidad. Acaso vivimos en una sociedad en la que cualquier carencia es un drama.

El único drama verdadero es la pérdida de tantas vidas, la acumulación de tanto dolor, el sentimiento de impotencia que la lectura de los fallecidos, algún amigo entre ellos, por los que se aplicaba la misa seguida por televisión despertaba en mí, y el sentimiento que me causaba pensar en su traspaso, aislados y privados del afecto y la compañía de los suyos.

A ellos he dedicado mi pensamiento y mi oración. Ese es el peor recuerdo que me deja esta tremenda experiencia. Recordémosles y acompañemos ahora que podemos a sus familiares y amigos.

Comentarios