Opinión

Corporaciones locales

ESTE SÁBADO se constituyen las corporaciones municipales salvo en los casos en que haya recursos electorales pendientes. Después, en unos días, lo harán las corporaciones provinciales. 

Han sido estas dos semanas trascurridas desde las elecciones locales del 26 de mayo francamente cansinas. Probablemente porque las mayorías absolutas han sido muchas menos, y por tanto la posibilidad de conseguir cabildeando lo que las urnas directamente no han dado. Ha sido una tentación irresistible y todos, según sus oportunidades, se han entregado denodadamente a la tarea. 

Hay que decir que lo que hemos visto no es política. Es solo negociación de intereses, siendo muy complicado deslindar los de los candidatos, los de los partidos y los de los ciudadanos. Es difícil hacerlo porque, no lo duden, todos los partidos creen que su programa es el mejor, el más equilibrado, el más avanzado —no confundir con progresista, término devastado por los voceros de la izquierda—, al punto de comprometer la validez de su uso en el vocabulario político. Su validez hay que limitarla en dicho ámbito a ser la expresión con la que los políticos de izquierda, los de la verdadera izquierda y los de la izquierda auténtica e inasequible al desaliento pugnan por alcanzar el poder o alguna participación en él, justificándolo en el anhelado progreso político que, claro, solo aseguran ellos en su subjetiva apreciación. 

Además, los candidatos que disputan las sillas curules de mando, creen, lo creen de verdad o parece que lo creen al menos, encarnar todo lo deseable en un sujeto a quien se vaya a encargar el gobierno local. Son además la renovación, el cambio necesario, pero eso sí, solo ellos. Ni tan siquiera alguno de sus compañeros de candidatura podría obrar el prodigio. Mejor dejamos para otro momento en que nos regocijemos con anécdotas de humor, los discursos banales, planos, reiterativos, ignaros y a veces cantinflescos con los que los aspirantes a alcaldías y presidencias de las diputaciones provinciales nos mortifican, sobre todo si nos cuentan las líneas rojas de los pactos. 

Por fin, la imagen que de las negociaciones para la formación de mayorías municipales y provinciales ofrece el espejo es, a mi juicio, todo menos político.

Y qué decir de lo que se niega y oculta con gran énfasis mientras se está llevando a cabo. Para los embustes hay que tener cara de póquer y buena memoria, y la mayoría de los protagonistas de los asaltos al automóvil municipal no tienen ni lo uno ni la otra. 

Y luego, pues hoy votarán. Para ello previamente se encajarán las gafas de votar, un invento que no saben ustedes, amigos lectores, las posibilidades que tiene. Es algo realmente fantástico, permite votar lo que se quiere, pero que es lo que se dijo que nunca se haría, aunque sea contrario a los compromisos electorales que nadie demandó, y sobre todo, como no se puede explicar, permite no hacerlo, facilita incluso no intenta justificarlo. Claro que esto último es tarea difícil, imposible, sobre todo si se tiene poca facilidad de palabra y solo se practica el vuelo gallináceo. La diferencia entre uno y otro lado de la geometría política, ya saben, nunca son los hechos, ni la calidad y graduación de las gafas de votar, sino las explicaciones. 

Vamos a descansar ya por fin de las interpelaciones acerca de si se va a pactar o no con Vox, o incluso de si se van a aceptar o no los votos de Vox, tan contaminadores. ¡Que levanten la mano y se confiesen los votantes de eso! Para este caso queda en suspenso el secreto del voto y lo que haga falta, que se trata de democracia, a ver si lo entienden. Todo lo demás, mejor ya ni lo enumero, es razonable. Comparten, todos menos Vox, los consensos básicos. ¿Qué consensos son esos?, preguntaría uno. Mejor no interpelar. 

En Roma hace veinte siglos alguien escribió "salus populi suprema lex esto (la salud del pueblo debe ser la ley suprema)". Seguro que todos convienen en que ese sí es un consenso básico en una democracia. Pero siendo eso así, en muchos ayuntamientos hoy y en no pocas diputaciones dentro de unos días los pactos de gobierno que se materialicen solo se orientarán un poco a tan saludable apotegma. 

Un ruego sí podríamos hacer, creo. Que se relajen y que emprendan en la legislatura municipal que empieza solo las obras necesarias y convenientes. Gobernar no es sinónimo de obra pública. Además, Fernández de la Mora y su volumen ‘El Estado de obras’ están censurados por la memoria histórica. 

Me han puesto de mal humor, y lo escrito es el producto.

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