Opinión

El carballo y los apellidos gallegos

 

GALICIA ES UNA tierra de robles, de carballos, que como el alcornoque y la encina son árboles del género Quercus y todos ellos tienen bellotas como fruto.

Como estos días he cumplido años, este sábado les cuento algo que, de algún modo, tiene que ver conmigo. Y es que siendo Carballada mi segundo apellido, el que con la galleguidad me transmitió mi maravillosa madre, incorporándome así a ese elenco de seres que compartimos la para nosotros privilegiada condición de gallegos, resulta que, como es patente, ese apellido mío procede, como otros, de "carballo" y lo ostentamos hoy personas de las cuatro provincias gallegas, de León, Madrid y Barcelona. Dentro de Galicia es Monforte de Lemos, la tierra de mi procedencia, la que registra entre sus vecinos más Carballadas. En total, según algunos datos que he consultado, no somos más de escasos 400 ciudadanos los que nos apellidamos Carballada, bien como primer, bien como segundo apellido, no costando que nadie lo tenga en ambos.

Es una verdadera carta de galleguidad, como lo son todos los apellidos tan reveladores como él. Porque lo llevamos pocos manteniendo así con claridad el vínculo de origen y porque remontándose a algún momento de los siglos XIV o XV su origen es claramente toponímico y procede de algún lugar que era conocido como carballeira, por haber en él muchos carballos, o realidad similar. El origen de carballo —escribió Méndez Ferrín—, constituye un enigma muy arcaico, pues su raíz es preindoeuropea y tiene significados como roca, cosa de constitución dura, planta de monte áspera y dura. Hay un lugar en la parroquia de Martín en el Ayuntamiento de Bóveda al que se conoce como puente Carballada. Mi familia, por su parte, procede de Moreda, otra parroquia monfortina donde varios vecinos llevan el apellido.

El carballo, el roble, era un árbol sagrado para los celtas. Escribió Plinio que la palabra ‘drus’, roble, fue la que dio nombre a los druidas, que eran los sacerdotes de ese pueblo, y es conocido el mito de que su fruto proporciona la inmortalidad, sosteniéndose en la mitología romana que tenía relación con Júpiter.  El carballo es, en fin, un árbol del género Quercus dentro de la familia de las fagáceas, proviniendo dicho nombre Quercus de la palabra celta quercuez, que significa árbol hermoso. Un roble era también el viejo árbol de Guernica y el que hoy existe en la casa de juntas de dicha histórica localidad.

Siendo así, con esas raíces y participando incluso de algunos mitos, cuando uno se llama Carballada, así se lo cuento, es feliz. Alguien que se siente hijo de Galicia no puede pedir más que tener un apellido tan gallego y tan enraizado, nunca mejor dicho, en la tierra gallega, a través precisamente del carballo del que proviene, que es su árbol por excelencia.

Fíjense, con ocasión de una votación en el Congreso con motivo de una pretensión impulsada por la mesa por normalización lingüística que no apoyé razonadamente, recuerdo que me enviaron algunos correos que me exhortaban a cambiarme el apellido. ¡Póngase robledal!, me requerían. No. Nadie te puede pedir eso, porque el apellido es uno de los vínculos que nos une a la tierra de la que procedemos, y nadie puede privarte de lo que eres, que es, ni más ni menos, que todo lo que de ese hecho se sigue. Y claro, si uno se apellida Carballada, tiende a tener la dureza de la madera del carballo. Con todas las consecuencias.

En cualquier caso, siempre he pensado que es un privilegio ostentar un apellido que proclama el origen, y brindo estas líneas a esos casi cuatrocientos hombres y mujeres con los que lo comparto.
 

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